jueves, 12 de diciembre de 2013

PASAJERO - 3

JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ


Nuestro director, desde la ventana cordial de sus reflexivos afectos, se asoma para atisbar y entregarnos la verdad de otro evento que estrujó su alma. Escuchemos: .

LAS ESTANCIAS DEL GOCE

“En la estancia’e Doña Lola
están de baile el domingo.
Se casa el puestero Juancho
Con la hija de Don Pepe, el gringo.
A ver una rancherita
Pa’ que bailen las reinitas…¡Aura!”


Una rumba perpetua, que solo se suspendía para aliviar los enfermos, consolar los desconsolados y enterrar los muertos, es el recuerdo más nítido que tengo de mi familia y de mi paso a la edad adulta. Una rumba con música extranjera que, sin embargo, se bailaba con la naturalidad e incluso con la pericia de los aires nativos.
Mi abuela Clementina, a bordo de todas las convalecencias, dirigía esa tropa de tías, primas, amigas y vecinas con una increíble paciencia de matrona. A su lado se jugaba parqués y, entre botella y botella de licor, se encendía la fiesta con un único y definitivo long-play amarillo que cimbreaba así…

“Allá en la estancia del bañado
estamos todos invitaos.
Vamos a ver a Doña Lola
Como se porta con el cuñado.
Y bailarán la chacarera
con la peonada y el patrón,
los valsecitos y rancheras,
polkas y gatos por su relación.

Ahora viene la reflexión.
A ver el mozo lo que le dice:

Ayer pasé por tu casa
Me tiraste con un colchón.
Y como yo iba cansado…
¡Me acosté a dormir!
Ja,ja,ja,ja….”


La música vieja, que para el caso familiar era casi exclusivamente argentina, tenía en el baile un exclusivo protagonista: el centenario conjunto de Rafael Rossi. Sus pasodobles, valses, foxes y rancheras pamperas fueron para muchos de nosotros, más que una colección de ritmos, el currículo básico de nuestra educación sentimental.


“Amor, amor, yo viviré
Sin un temor, lleno de fe.
Acuérdate
bailando un fox yo te besé
y con pasión
nació de golpe tu ilusión.

Nació también, con gran fervor,
en mi interior
la llama viva del amor,
Mi rosa en flor lejos de ti,
a qué mentir,
jamás podría yo vivir”.



No recuerdo como comenzaron esas reuniones semanales, pero sí el momento exacto en que se interrumpieron. Fue un domingo de resaca, cuando los olores y rezagos del rito sabatino se resistían a ser desalojados de la casa de mis primos. ¡Se accidentó Luis!, gritó alguien en la calle, y la tragedia, recordatorio brutal de la finitud que representa la vida, nos hizo probar su trago más amargo…

(Música de: Desde el Alma).


Nunca más se volvió a bailar en la casa de mi abuela. Las parejas y parejos de marras se fueron con su Rossi para otras estancias, hacia los cuarteles barriales: Carangas, Rossini, Sinaí, Los Halcones, que los domingos por la tarde ardían de músicas, gentes y estruendosas cadenitas de amor…

“La mujer es como el tamatí:
cuando llueve no sale a pasear,
todo el día metida en el rancho
ocupadita en desarreglar.

Yo no tengo más prendas que vos
ni conozco más leyes pa’quí,
que ofrecerte mi vida y tu vida,
yo te lo pido, que sea pa’ mi”...


Bailar sobre los fracasos y las desgracias fue la lección esencial de esos años y la semblanza que conservo de Rafael Rossi. Estampa idílica, sin duda, pero también certidumbre de que sobre esas veladas gloriosas y el consiguiente abrazo de los cuerpos, la muerte y la falsa moral no tenían ningún imperio.

“Ven quitapenas a darme consuelo
que estoy muriendo de rabia y de celos.
Al mismo diablo daría mi alma
por tu mirada y tu boca de grana.

Tus ojos negros como mi pena,
tu risa loca llama verbena.
Quiero después de cantar esta copla
Morir libando la miel de tu boca”.



ESCUCHE A JAIRO HERNÁN: