miércoles, 7 de noviembre de 2012

PASAJERO - 3

JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ



Muchas veces desapercibimos las historias que nos cuentan las canciones; historias que son pródigas en la música argentina. Un fox, Concierto en el parque, desarrolla una historia sobre la que nuestro director sospecha algunas apreciaciones.

CONCIERTO EN EL PARQUE

(Con música de Enrique Rodríguez y el canto de Armando Moreno)

Afinar el cuerpo y el alma, fue siempre el propósito inocultable de los ‘foxes’ con los que iniciamos nuestra educación sentimental en aquellos años pavecianos de la adolescencia. De la sala o del patio familiar, donde el rito bailable tenía la aprobación de los mayores, enfilábamos sin permiso hacia los ‘grilles’ barriales desde cuyas puertas, tipo salón del viejo Oeste, y en cuclillas, asistimos por vez primera a la versión criolla del cortejo erótico…

“El concierto comenzó
y Lalo con Lulú,
buscando oscuridad,
se fueron a charlar.
Para mí que pensaban afinar…”


Los ‘lalos’ eran jornaleros o “rusos”, y las ‘lulús’, guisas o acaso muchachas del rebusque. En floridas parejas, trajeadas de domingo, unos y otras tejían en exóticas fintas los danzantes preliminares del deseo. Algunos, apurados o sin recursos, escapaban donde Rosa...(donde roza la necesidad con la policía) buscando oscuridad.

“Lo adivinó el guardián,
con gesto picarón.
Les dijo: ¡Por aquí
ustedes no podrán
evitar que los siga mi bastón!
¡Guardián no sea tan malo
y déjelos vivir!”


No los dejaban en paz. Con el mismo gesto picarón -con bastón, bolillo o revólver- los guardas de entonces, en nada parecidos a los pueblerinos custodios de los parques, ejercían, con violencia, la violencia de frustrar el amor. Y frustraban, de rebote, nuestra formación sensual.
Quizá por eso, por la infaltable y necesaria prohibición o por el acoso de la sangre, ingresamos un poco después, de cuerpo entero, en esos legendarios antros del fox trot, el vals y la milonga. De mirones pasamos a mirados, de bailables a bailarines. Y con el valor de los primeros tragos, obtuvimos el diploma del noviciado. Aprendimos, por fin, a trazar las ansias de mujer en los vaivenes de un ‘fox’ nostálgico, nos dejamos arrastrar en las carrozas orientales del placer ocioso y proclamamos y exigimos, entre giros maliciosos, el respeto por los territorios del deseo…

“Oiga, groseruco guardián,
no sea tan cargoso.
¡Váyase pronto de aquí!”


Hasta allí, nuestra iniciación formal. Los ‘groserucos’ años posteriores dieron al traste con el ideal y con el ghetto. Otros afanes y otras violencias relegaron a una memoria ocasional la ilusión de andar por la vida como furtivos zorros. Los ‘grilles’ cerraron o se fueron para el centro a celebrar otras ceremonias con los actores de otros teatros. Y el deseo, como la música social, convino a otras emergencias y otros ritmos.
Seguramente los jóvenes ya no buscan los conciertos ni los parques de solteros para charlar y menos para afinar. Mejor así. No vaya a ser que se cumpla el vaticinio cruel del conformismo estúpido que trae la vejez. Mejor así.
Del ‘fox’, ese ritmo gringo que acá domesticamos, guardo su torbellino de gatos ansiosos, su sabor a jazz. Y de este ‘fox’ de parque citadino me gustaría pensar que nos ha quedado, aparte de los buenos momentos, la afinación perfecta de una despedida a tiempo.

“¡Bye, bye, nena!
¡Adiós, Lalo!
Y cuando estén casados
no vendrán más por aquí”.



ESCUCHE A JAIRO HERNÁN: