martes, 19 de enero de 2010

BABELIANTE INVITADO - 4

JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ




Compañero incitador y mantenedor de estos encuentros babélicos, JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ pone a consideración de todos los babeliantes escritores y babeliantes lectores, una evocación ociosa de sus horas y sus días que lleva por título Autopofagias.

AUTOPOFAGIAS
Parodiando a un famoso poeta de antaño, los buses, uno tras otro, componen el reloj rutinario de mis días. En ellos, en los buses antiguos, arranco del suburbio hacia el centro. El bus asciende entre curvas y retazos de barrios incrustados como abalorios entre las verdes laderas. El trancón del Parque Caldas es la primera estación de muchedumbres. Tras una contaminada cuesta, la plaza principal, abierta pero inútil; el casi legendario Bolívar Cóndor; la mole de Catedral y el café que da comienzo a los trajines varios. El puesto de “Cali”, dulcero de confianza, surte los puchos necesarios. Hay que recorrer la 23 para certificar que se estuvo en la city. Terminadas las diligencias tomo una buseta que se desliza gusaneante por la única y delgada cima de Manizales; ese riel ostentoso me lleva a la Universidad, territorio donde ejerzo de consultor y de amanuense. Allí está mi oficina virtual. Hay que despejar un lugar para la aventura de unos materiales nuevos, pero sobre todas las cosas hay que leer: vicio delicioso que cuando se torna obligación es mejor afrontarlo en la mañana. El medio día protocolario suspende a ciudades como ésta... por suerte. Otra buseta repleta de apuradas señoras y estudiantes me lanza de nuevo a las profundidades de la Comuna y me lleva a casa y al siempre salvador almuerzo en familia. El retorno a la U es por la misma ruta. Los barrios, apeñuscados, son un zigzag de historias conocidas y de tranquilas inercias. De nuevo en la U, en la oficina o en la cafetería atestada de hermosas muchachas, evalúo, doy forma al laburo y escribo espaciadamente. A las 5 fin de la jornada, buseta de regreso al centro. Allí espera el tontódromo: la 23, el eje sentimental de Manizales. Una esquina de reventa me cierra el paso: cidís, cividís y dividís, tarjetas de ópticas en ganga, volantes que ofrecen mil cursillos, códigos y libros piratas, una larga hilera de artesanos y manillas, fritangas y rescatantes. Es el turbión del centro, el territorio del rebusque ilusionado y del desempleo desesperanzado. Es la hora también de las citas y los amigos. El tiempo y el espacio cambian de velocidad. Es la contemplación también, la calle, las esquinas, las gentes, las mujeres, la tarde, la luz vespertina que le da alma a esta tierra. Y también es la noche sin afán, casi pueblerina, que inaugura todos los viajes y todos los oasis; noche desde la que me desprendo, fuera de la urbe, hacia las fronteras lejanas y protectoras del barrio, mi mujer y mis hijos.