PABLO NERUDA
Profeta y artesano mayor de la palabra latinoamericana, para quien la poesía, más que un don recibido, fue una prolongación sensible de sus numerosas y apasionadas fuerzas, el chileno PABLO NERUDA se reencuentra con sus devotos.
PIDEN ALGUNOS
Piden algunos que este asunto humano,
con nombres, apellidos y lamentos,
no lo traten las hojas de mis libros,
no le dé la escritura de mis versos.
Dicen que aquí murió la poesía.
Dicen algunos que no debo hacerlo.
La verdad es que siento no agradarles,
los saludo y les saco mi sombrero
y los dejo viajando en el Parnaso
como ratas alegres en el queso.
Yo pertenezco a otra categoría,
y sólo un hombre soy de carne y hueso.
Por eso sí apalean a mi hermano,
con lo que tengo a mano lo defiendo.
Y cada una de mis líneas
lleva un peligro
de pólvora o de hierro
que caerá sobre los inhumanos,
sobre los crueles, sobre los soberbios.
Pero el castigo de mi paz furiosa
no amenaza a los pobres ni a los buenos.
Con mi lámpara busco a los que caen,
alivio sus heridas y las cierro.
Y estos son los oficios del poeta,
del aviador y del picapedrero.
Debemos hacer algo en esta tierra,
porque en este planeta nos parieron.
Y hay que arreglar las cosas de los hombres
porque no somos pájaros ni perros.
Y bien, si cuando ataco lo que odio,
o cuando canto a todos los que quiero,
la poesía quiere abandonar
las esperanzas de mi manifiesto,
yo sigo con las tablas de mi ley
acumulando estrellas y armamentos.
Y en el duro deber americano
no me importa una rosa más o menos.
Tengo un pacto de amor con la hermosura,
tengo un pacto de sangre con mi pueblo.
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