MANIZALADOS
Manuel Fernando -El flaco- Jiménez
CAPÍTULO 5
De falso obrero a falso profeta
—Ya
no necesita los zancos —me dijo Chavarriagas en la siguiente sesión, señalando
una silla Rimax—, siéntese y cuénteme
por qué se metió de obrero en la fábrica de textiles.
De
inmediato recordé la tarde en que Bernardo, cuyo respeto me gané en el Club
Manizales, me llamó confidencialmente y me dijo que Eduardo no tenía madera para
las grandes luchas que se avecinaban, pero que yo sí era un hombre de verdad,
templado en el calor de la lucha, como se templa el acero.
Me
dijo que el Partido Maoísta me necesitaba para luchar por una Colombia próspera
como la República Popular China, donde los obreros eran dueños de las fábricas,
los campesinos levantaban papayas maduras con la mano izquierda y los niños
iban a la escuela y tomaban leche todos los días. ¿Pero cómo podía ayudar yo en
ese plan?
Le
dije que mi sueño era escribir libros revolucionarios, como lo hicieron los
nadaístas en la década del 60, pero me respondió que la literatura era cosa de
pequeñoburgueses como Eduardo, que de nada servían los textos atrevidos y las
irreverencias sociales, que los maoístas teníamos que hacer una cagada que
inmortalizara nuestro nombre. Me propuso tomarnos La Única, la niña mimada de
los burgueses manizaleños, donde su papá acabó los pulmones después de 20 años
de trabajo insano. Le dije que estaba dispuesto a seguirlo.