ADENDA (Desde
CHILE)
CLAUDIA
VILA MOLINA
A RIESGO DE QUEDARNOS EN EL MISMO LUGAR “HABREMOS DE MORIR”
(Comentario crítico al libro Cuchillos de
Alejandra Basualto)
Por Claudia Vila Molina
Por Claudia Vila Molina
-Collages de Fernando Fuão (Brasil)-
Penetrar
en este libro implica un viaje hacia diferentes impresiones. Cruza el texto una
sensación profunda de abandono, frente a acontecimientos desoladores que nos
dejan aislados en un territorio dónde solo somos espectadores: “Ráfagas de
asombro descascaran el muro recién encendido” (La sed), “los sueños ven parajes
invisibles dibujándose en la herida” ( Partida) y lo único posible es
manifestar un diálogo o palabra contra la cual somos de algún modo
indestructibles: “prisionero en un pozo husmea su propia sangre” (De vez en
cuando), “ectoplasma acurrucado entre las sabanas corta y transfiere de un
cuajo los sollozos” ( Partida). Aunque,
el hablante intenta rescatar algo de aquello que se destruye y que queda atrás
para siempre, no obstante coloca distancia e indistintamente ese dolor es
traspasado con fuerza hacia los lectores que caemos fulminados en un intento
que se impone contra el olvido.
Es así
como su poética trata de salvar imágenes translúcidas que se van descomponiendo
al ritmo de su voz contra todo gesto inútil: “La ruta dice bienvenida aunque sé
que no es a mí a mí no es”, “Ni una sola cordillera para amparar los ojos” (Viaje
para una despedida) o “Los ojos de quien busca más allá de los sueños/ ven
parajes indivisibles amparándose en la herida” (Partida). La sensación de dolor es recurrente en el
libro y habla de un sufrimiento que no logra derrumbar al hablante, sino que lo
coloca en una posición de perpetua observación ante estos hechos que son ajenos
a todo intento de cambio y por esta razón nos es imposible acceder a la
salvación.
Inevitablemente,
estos poemas son uno que se disuelve frente a sí mismo y es que la imagen de
ellos tortura su propia imagen y estéticamente bellos y humanos liberan sus
herencias para desgajar algo de las mismas imágenes que nos quieren recorrer. Sin embargo, se reproducen hasta el exilio y
son unos u otros quienes transcurren en la mente del lector como una delicada
mano que da vuelta una página en la soledad de un dormitorio.
Suceden
así las ondulaciones entre los despliegues de la mente que intenta avasallar su
forma y contenido. La primera es tan exacta y deliberadamente precisa que
siempre ilumina con sus reflejos, aún más allá de la primera lectura y respecto
a lo segundo, se aprecia una voz que impone sus esbozos a perpetuidad y enajena
a un ser indefenso que no participa de los actos, si bien está afectado
intrínsecamente por ellos: “Prisionero de un pozo husmea su propia sangre” (De
vez en cuando), “contra la muerte batallo”, “Bach me arrebata la garganta
pienso en ti” (Contra la muerte).
También
se impone con fuerza la idea de una “otredad” femenina que
recorre el libro desde principio a fin, esta se aparece con más énfasis en
algunas ocasiones, pero nunca desparece del todo: “Ella corre con colores
propios”, “le arranco la ropa para sujetarla, pero ella no se arrepiente”
(Ella). Esto manifiesta un constante
acercamiento hacia ese otro yo o alter ego que se impone y en cierta forma
intenta dominar la figura del hablante, es una constante lucha de una contra la
otra para contrarrestar esa sublevación que predomina y que intenta hablar otro
idioma: “pero ella no se arrepiente y me mira como si me odiara” (Ella).
Un lenguaje contestatario que justamente prepondera
sobre el dolor de situaciones caóticas o fuera de control, como lo constituyen
las realidades dolorosas como la partida o el término de un ciclo para
reencontrar el nuevo modo de sobrevivir frente al derrumbe (que significa dejar
cosas atrás) y es que este hablante lírico continuamente se despide de seres,
lugares, actos o situaciones que marcan un inicio y un término: “quien te besa
hoy / cuando hay silencio/ dónde estás” (Fuego). O más bien dicho, un inicio y una forma de
compatibilizar estados para acercarse a una manera de ver las cosas, que sería
justamente el término de los ciclos, de sujetos y de situaciones al borde del
colapso: “y la mente con sus trampas”
(Trampas) o “en tono menor/ luces/ acompañan / este viaje/ (des)
esperanzado” (Viaje para una despedida). Desde este punto de vista, el hablante de
estos poemas insinúa formas de acceder a la salvación y estas formas anteceden
a otras estrategias para estar a salvo (a riesgo de quedarnos en el mismo lugar)
“habremos de morir”, porque la vida y la poesía constituyen una constante
reinvención para dar paso a situaciones nuevas, caóticas, exasperantes o sin
sentido que priman sobre todo lo demás.
LO OMINOSO,
COMO UN FACTOR PREPONDERANTE EN EL CUENTO GÓMEZ
PALACIO DE ROBERTO BOLAÑO
Por Claudia Vila Molina
-Collages de Fernando Fuão (Brasil)-
El cuento a analizar se caracteriza por
la conjunción de variados elementos que lo hacen único dentro de la narrativa mundial y por consiguiente, de la narrativa
latinoamericana. Ello, porque Bolaño se inserta dentro de una concepción de
literatura que instaura un nuevo orden dentro de lo ya establecido, acercándose
así a la postmodernidad , en relación a los recursos estéticos que este
desarrolla. Estos elementos son: espacio interno (síquico), espacio externo (lugares),
divagación, lugar del lector.etc. Además, se destaca el concepto de “lo
ominoso” acuñado por Freud como relevante en relación a la propuesta estética
del autor. Según el psicoanalista se vincula con “Un Heimlich, o lo siniestro,
próximo a lo espantable, angustiante, espeluznante (…)” (Freud, 1).
Los espacios síquicos de los
personajes, están plagados de complejidades propias del hombre postmoderno,
como por ejemplo; la permanente sensación de vacío, incomodidad y frustración
que no logran saciar de ninguna manera.
Se aprecia que el protagonista (poeta)
se ve poseído por una constante desazón: “pensaba en el desastre que era
mi vida” (Bolaño, 28), la que es propia de un hombre desadaptado frente al
medio que le ha tocado vivir: “Todo aquello no tenía sentido, pensaba, pero en
el fondo sabía que tenía sentido y ese sentido era el que me desgarraba (…) (Bolaño, 28). Ello representa el estado emocional de los
personajes que padecen una sensación de abandono, vacío y permanente
intolerancia frente a una realidad, que en el fondo no ofrece nada novedoso, ni
auspicioso, sino que en el relato se percibe como un continuo desasosiego: “Me
levantaba continuamente e iba al baño a llenarme el vaso. Ya que estaba
levantado aprovechaba para comprobar una vez más si había cerrado bien las puertas
y las ventanas” (Bolaño, 29). El hecho que el protagonista se levante muchas
veces refiere a un constante sentimiento de temor frente a lo desconocido, es
decir, temor compulsivo a que “algo externo” pueda entrar en su habitación y lo
ataque. En este punto, es cuando lo
ominoso cobra mayor presencia en ese “algo” que continuamente está aflorando,
que el lector intuye como un aviso de peligro. Esto se debe principalmente a la
forma en que Bolaño construye la historia; ya que esta sensación en el lector,
es una especie de continua molestia, lo cual se equipara con lo sentido por el
poeta, por ello su calidad magistral al traspasar este sentimiento.
Asimismo, se debe tomar en cuenta el
rasgo de bestialidad que se vincula con
lo ominoso en esta historia. Lo salvaje es una muestra evidente del concepto
mencionado, ya que ubica al hombre al borde de la inseguridad latente en un
marco dónde nada es lo que parece ser, sino que se aproxima a mundos que no
tienen explicación y por lo tanto, hacen que el protagonista constantemente
esté dudando y se encierre dentro de sí mismo, temeroso de dar el próximo paso.
Esto se hace presente en la referencia de Bolaño a los “ojos saltones” de la
directora del Bellas Artes. Esta referencia va in crescendo a lo largo del transcurso del relato, ya que primero solo se
menciona: “La directora, una mujer de ojos saltones, regordeta (…)” (Bolaño,
28) se insinúa este aspecto de forma débil, lo que solo es una sugerencia para
el lector. Luego, “Con prudencia me encaminé hacia donde estaba la directora.
Ella bajó la ventanilla y preguntó qué había pasado. Tenía los ojos más
saltones que nunca” (Bolaño, 33), “La directora me miró: sus ojos saltones
brillaban como seguramente brillan los ojos de los animales pequeños del estado
de Durango, de los alrededores inhóspitos de Gómez Palacio” (Bolaño, 35). La fisonomía de la mujer es parte de un
espacio exterior, caracterizada por su evidente semejanza con los animales de
un lugar específico de México y por ello, constituye una otredad siniestra
porque se liga con rasgos de animalidad
y de lo ominoso. Esto último se produce porque el poeta tiene una
relación de cercanía con esta mujer, pero de igual manera ella constituye un
tipo de extrañamiento; ya que ignoramos qué representa finalmente, solo se
insinúa este rasgo aniquilante que deja una sensación de duda y de incerteza en
el lector, porque no sabe a qué exactamente se está enfrentando, lo cual nos
lleva a la pregunta: ¿Quién es la directora? De
acuerdo a ello, Molina (207) señala que “las relaciones contradictorias entre
personajes con sus contextos en los cuentos analizados expresan relaciones
dinámicas, la conformación de contradicciones nunca estáticas, constantemente
reelaboradas, pero también condicionadas por la perspectiva del trabajo
literario y de la materia narrable. La necesidad de la lucha por lo dinámico, de
lo dialógico, contra lo estático o monológico en la definición de valores no
sólo estéticos, sino también culturales”.
También es interesante la alusión que
hace el autor al color, como una marca textual que se repite en el relato y que
de un modo o de otro señala lo complejo que es definir este concepto, debido a
que si bien todos conocemos los colores, la conformación de los mismos
corresponde a ciertas leyes físicas relacionadas con la luz que corresponde a
un término más complejo y alejado del conocimiento común de los lectores y
público en general. Esta referencia se
aprecia durante todo el desarrollo de la obra: “¿De qué color es el desierto de
noche?, me había preguntado días atrás en el motel” (Bolaño, 30). “Una mañana,
mientras desayunábamos, la directora me preguntó por el color de mis ojos
(…)” (Bolaño, 29). Esto alude a espacios desconocidos que
constituyen un elemento inexplorado y a dónde se encuentra una zona deshabitada
que debemos contemplar, pero no se accede a ella por el miedo a perder algo
valioso de nuestras vidas.
Además, otro punto importante es la
construcción del elemento divagación como un recurso que cruza el relato e
inserta al lector dentro de un terreno poco certero y difícil de asimilar. Ello
implica un camino sinuoso que este debe recorrer por el territorio de la
lectura. En relación a ello, Molina (205)
señala que es fundamental: “la vaguedad con que se manifiestan en la escritura
estos espacios entre lo real, imaginario y simbólico, a través, por ejemplo,
del sueño. Se construye una proyección, una imagen que tiene en la contra
utopía un referente constante. Queda la destrucción de un referente utópico, la
crítica a lo que la generó y no le permitió avanzar. El contexto actual
entonces está marcado por fuerzas ominosas que son observadas en los cuentos,
abordadas sobre todo desde lo urbano”.
La relación entre el hombre con lo
externo es vital, porque plantea cuáles son los roles de cada uno de estos
espacios (interno y externo). En este
sentido, se aprecian relaciones entre ambos, porque la interioridad de los
personajes manifiesta el reflejo del
exterior, como una muestra de “cómo es adentro es afuera”. Asimismo, se produce una contraposición de estos, que privilegia la desconexión de
los dos, así como también la permanente lucha del hombre por querer adaptarse
dentro de este entorno, pero con resultados desfavorables.
Es innegable, la posición que se da en
América Latina en relación a los
imaginarios que surgen en estos contextos, lo cual, finalmente se traduce en
espacios salvajes, complejos que lideran la lucha del hombre por domesticarlos,
pero sin ninguna expectativa, ya que
prima lo salvaje por sobre lo racional, y esto mismo implica una manera de ser
específica del hombre Latinoamericano. Este
modo lo predispone ante lo sobrenatural que se yergue en el “afuera” como una
realidad distinta a lo conocido normalmente por él. Ello, tiene su reflejo en
el espacio en que se contextualiza la historia, una carretera y un desierto de
México, que de cierta forma nos muestran este mismo vacío y desconexión del
hombre dentro de un mundo adverso para él. Estos lugares poseen mucho de
ominoso cuando se conjugan elementos que ayudan a esta desconexión del hombre,
ya sea en sí mismo como también de su entorno salvaje: “En el horizonte vi unos
montes bajos entre los cuales se perdía la carretera. Por el este empezaba a
aparecer la noche. ¿De qué color es el desierto de noche?, me había preguntado
días atrás en el motel” (Bolaño, 30). Según Ostria “La obra de Roberto Bolaño
tiende a establecer una relación fronteriza y marginal con el mundo, en la
medida en que expresa una subjetividad movediza, susceptible de ser leída en
varios niveles de sus textos y de interpretarse como una escritura
“desterritorializada”.
Esto implica además el reconocimiento
de la identidad propia del sujeto latinoamericano, el cual dentro de la
historia se observa como un ser marginal que lucha constantemente por
condiciones de vida mejores y de esta forma se puede afirmar que siempre se
conserva en un lugar intermedio, ya que aspira a otras condiciones políticas,
socio-económicas pero no lo logra. Es
decir, este sujeto permanece en esta zona intermedia, lo que en la historia se
ve reflejado mediante el mismo poeta que no está conforme con su propia
existencia y continúa inserto dentro de un lugar del desacomodo. Asimismo, se
muestra la visión realista de este protagonista (poeta) acerca de uno de sus
alumnos (que adopta la poesía como un medio para alcanzar la libertad): “Detrás
de esa respuesta, sin embargo, vi al obrero del jabón, no como era ahora sino
como había sido cuando tenía quince años o tal vez doce, lo vi corriendo o
caminando por calles suburbiales de Gómez Palacio bajo un cielo que se
asemejaba a un alud de piedras. Y
también vi a sus compañeros: me pareció imposible que sobrevivieran. Eso era,
pese a todo, lo más natural” (Bolaño, 31).
De acuerdo a ello, se muestra un individuo
marginado en relación a circunstancias sociales-económicas que está
permanentemente atado a esta condición que de algún modo determina su vida, lo
cual es una característica fundamental de este sujeto definido como un hombre
que debe luchar dentro del espacio en el que está inserto. Es evidente el gesto
que realiza Bolaño de “naturalización” del hecho que implica una situación sine
qua non de los habitantes de Latinoamérica.
Referencias
bibliográficas
-Bolaño, Roberto. “Gómez Palacio” en Putas asesinas (2001).
http://www.ecdotica.com/biblioteca/Bolano,%20Roberto%20-%20Putas%20Asesinas.pdf
En línea. Visita 8-11-16.
-Freud, Sigmund. Lo siniestro (1919) https://www.google.cl/#q=lo+siniestro+freud. En
línea. Visita 13-11-16.
-Molina, Mario. “Otra Latinoamérica: la
crítica de la utopía en Roberto Bolaño” (2011).
Proyecto de
investigación Diccionario de Autores de
la Literatura Chilena del siglo XIX al XX. http://www.revistaestudioshemisfericosypolares.cl/articulos/024-Molina-Critica%20Utopia%20Roberto%20Bolano.pdf. En línea. Visita 13-11-16.
-Ostria, R, Olga. "La escritura
desterritorializada: dos insufribles discursos de Roberto Bolaño". Kipus: revista andina de letras. 31
(2012): 97-109.