sábado, 21 de marzo de 2015

PASAJERO - 4


JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ




Memorias y fragmentos de ellas, conforman las breves crónicas musicales que nuestro director nos propone cada semana. El relato que escucharemos ha sido bautizado como:

 TRÍPTICO FOLCLÓRICO CON OFICINA

Cuando en 1989 preparábamos el Taller Internacional de Música Folclórica, la Universidad de Caldas acondicionó para el efecto un estrecho cubículo, justo debajo de las amplias oficinas rectorales. Apenas nos instalamos, como docentes investigadores de categoría especial, dispusimos un arsenal de libros, músicas, equipos y objetos varios que convirtieron el recinto, no solo en un verdadero cuartel académico, sino que, además, le dieron a la sede administrativa un carácter festivo, menos solemne, acorde con el intercambio que se iba a realizar allí. 


Recuerdo que en la cartelera de actividades pendientes, que ejercía como jefe directo de nuestro trabajo, engrapamos la fotografía de Oliverio Rincón, esperanza del ciclismo nacional, quien no solo acababa de ganar una Vuelta a Colombia, sino que se perfilaba como una figura prometedora del pedalismo mundial. Con este ícono aleccionador, algotras fotografías y muchas frases literarias adheridas por doquier, trabajamos en jornada doble durante varios meses. Sabíamos, por supuesto, que no era posible resistir ese ritmo frenético sin la compañía de la música, por eso al entrar y al salir de la oficina del ‘Viejo Oli’, como la bautizamos oficialmente, realizábamos un ritual fundamental: dejar que por los vericuetos universitarios se extendiera esta hermosa melodía…

Los fines de semana, mientras los extranjeros disfrutaban de un variado menú turístico, nosotros, confinados donde el 'Viejo Oli', seguíamos programando sin cesar cada sesión del taller. Eran sábados solitarios, silenciosos y sosos, en que la universidad escamoteaba sus mejores talentos y gracias. En uno de esos sábados terribles, agravado por un guayabo sin atenuantes, descubrimos la Caja de Pandora del argentino Ricardo Saltón: una ensaladera repleta de yerba mate, olvidada y apetecible, a la que le hacían juego los respectivos utensilios: el mate y su bombilla. No podrán imaginar jamás los soberbios habitantes del Cono Sur, el lenitivo físico, espiritual y existencial que alcanzamos esa tarde cuando nos apropiamos de sus ritos pamperos. Fue necesario, entre otras cosas, acudir a sus ritmos y cantores para prolongar las sugerencias creativas de esos sorbos amargos. Y, entonces, Alfredito Zitarrosa nos acunaba así…


El Taller Internacional fue, sin ninguna modestia, una de las mejores extensiones de la vocación universitaria que he conocido como estudiante y aún como profesor. Pero tenía sus enemigos gratuitos y también sus detractores bien pagados, pero que, por supuesto, nunca daban la cara: que hacíamos mucho ruido; que la música sonaba a un volumen exagerado y distraía a las secretarias; que ocupábamos con demasiada frecuencia las salas de música y de proyecciones; que rondábamos como locos recién liberados por los pasillos y salones; que atraíamos demasiado tiempo a los que capaban clases; que reíamos; que protestábamos; en fin, que vivíamos con demasiada intensidad en un claustro que ya comenzaba a mostrar su lóbrega apariencia de anfiteatro. Culminado el proyecto quedaba pendiente, como elemental secuela, la elaboración de las memorias. Pero el rector de la época objetó la iniciativa y utilizando una expresión futbolera, típica de los rectores de antaño y de hogaño, nos dijo que le habíamos metido un golazo. ¡Sí señor, un colosal golazo! que dejó como marcador: 1 para la cultura universitaria de América Latina y 0 para la muy quebrantada alma mater. Hoy, cuando las tanquetas policiales se pasean como perros rabiosos por los campus del país, no puedo menos que recordar con afecto y con pasión la oficina del ‘Viejo Oli’ y esas músicas tristes que presagiaban el final de una posibilidad y el retorno de la barbarie.


ESCUCHE A JAIRO HERNÁN: