lunes, 4 de junio de 2012

NUEVA MISIVA INCOMPLETA DE UN JOVEN INGENUO AL MAESTRO HÉCTOR ROJAS HERAZO

Por: José Luis Garcés González




Admirado Maestro:
Usted no me ha contestado. Claro, no tenía la obligación de hacerlo. Por segunda vez le escribo. La primera vez lo hice en un libro que se titula Literatura en el Caribe colombiano, señales de un proceso. ¿Qué puedo decirle de nuevo? Nada. O casi nada, pues el afán es el mismo. Soy un muchacho que pronto voy a terminar el bachillerato, aunque mi mamá dice que eso no sirve para mucho, y de pronto hasta razón tiene. Pero de eso no quiero hablar, o escribir, como sería mejor decir. Quiero es hablar de usted. O mejor: hacerle unas preguntas. O lo que salga en este escrito. Si hay errores de ortografía, perdóneme. He tratado de pulir lo escrito, pero mi tío, el de gafas de ciego, que es quien me corrige los textos, no se ha despertado de su última borrachera.

Ahora, dígame de una vez y para siempre dónde encuentra las palabras y cómo hace para ensamblarlas en la frase. Al principio no lo creí, pero luego me di cuenta. Usted tiene brujería. No magia. La magia suena a país extraño. Lo suyo es brujería. Poder que se bebe en el café, en la brisa de los matarratones, en el agua de los ríos que se entrecruzan con otros ríos para nunca desembocar al mar.

Le he leído algunas cosas. Quizá lo primero que leí en un periódico fue Autorretrato. Ese niño tiritante que usted narra, no es usted: soy yo. Yo también tengo mi “chorizo sentimental” y viví en una pieza hecha de cachivaches. Claro, cuando usted se describió yo no había nacido, pero esa descripción la hago mía.

Después, con el inevitable desorden cronológico, le leí “El caballero iluminado”, sobre Don Quijote, y “Tarjeta para don Antonio”, en la cual habla de don Antonio Machado. Y recuerdo: “Machado es municipal, casero, inmediato… Sabe que vive, que transcurre, que ha de morir, lo sabe a fondo, lo sabe hasta el puro terror. (Le hablo de A, Machado, porque él es uno de mis poetas favoritos, y perdone la infidencia). Luego, conocí “Esquela para Neruda”. (Este chileno también es uno de mis poetas favoritos, y pienso que usted va a decir: para este muchacho todos los poetas son sus favoritos, qué bobo) y me conmovió eso de: “Me gustan tus fotografías de hombre gordo, con tu afabilidad de pariente en tus pupilas de quelonio. Tú eres bueno, Neruda. Eres bueno y eres necesario. Es saludable para el hombre que estés vivo, que te mantengas alerta y que andes por los caminos…”[1].

Y ya, para no molestarlo más por hoy, “El pueblo que agoniza bajo los almendros”. ¿De dónde saca usted tanta belleza? ¿Cómo hace para transmitir tanta certeza, para narrar con tanta estética y precisión? Y recuerdo; “El abuelo era un retrato. Un gran retrato de color de humo sólido que colgaba sobre el baúl de la tía mayor. Parecía que aquél no hubiese muerto nunca…”[2]. Bueno, ahí me ganó: yo no conocí a mi abuelo


Y sobre “El forastero”: “El forastero que yo recuerdo era breve y polvoriento. Sombrío. Con sus ojos violentos y acuosos. Con su nariz filuda y transparente”[3]. Así conocí yo a uno. Y me dio miedo la primera vez que lo vi. Qué brevedad la suya, pero qué contundencia.

A todos nos deberían poner a leer estas crónicas. No para tarea, sino para gozarlas. Y dejo por hoy aquí, pues oigo los pasos de mi mamá y si me encuentra escribiendo me insulta y me dice que no le haga perder tiempo a los mayores, pues perder el tiempo es el mayor de los irrespetos. Por favor, lea estas letras. No me conteste. O si, contésteme. No importa que sea otra rabia para mamá…

Aaahh, se me olvidaba: leí, a los tropezones, Respirando el verano. Me trama usted con su lenguaje, con sus personajes, con esa enorme capacidad para describir lo más insignificante. Y para plantear, al menos para mí, cosas tremendas. En desorden, le señalo algunas: la muerte de las reses, la tristeza de Anselmo, las preguntas ecológicas, los recuerdos de Julia, la persistencia de Celia, los almendros y el mar de fondo, la ceguera de Fela, la destrucción de la casa. En fin. Quizá en próxima lectura capte más. Aún estoy biche como lector. Pero eso no impide que me conmueva con frases como esta: “Las bestias retrocedieron pesadamente y, al sentir los bordes de su prisión, erizaron la mañana con un mugido largo, profundo, como si todas las bocinas de la muerte estuviesen llorando sobre el mar”. ¿De qué sombrero saca usted tantas palabras misteriosas y bonitas?


Notas:
[1] ROJAS HERAZO, Héctor. Señales y garabatos del habitante. Bogotá. Colcultura. 1976. P. 74.
[2] Ibid, P. 141
[3] Ibid, P. 149




JOSÉ LUIS GARCÉS GONZÁLEZ (1950). Nació en Montería, Colombia. Escritor, ensayista,poeta, investigador. Miembro fundador del Grupo El Túnel, de Montería y su actual director. Ejerce como profesor en la Universidad de Córdoba. Ha ganado diversos concursos a nivel nacional, tanto de novela como de cuento. Fue escogido por el Observatorio del Caribe Colombiano como el ESCRITOR CARIBE 2009. Algunos de sus libros son: Oscuras cronologías (cuentos, 1980), Los extraños traen mala suerte (novela, 1982); Corazón plural (poemas, 1989); Literatura en el Sinú (investigación, 2000), Sombra en los aljibes (poemario, 2008) y Textos de medianoche (2010). Su libro más reciente es la novela “La fiera Fischer”.