miércoles, 29 de febrero de 2012

BOGOTÁ Y CEDRITOS

Por : Oscar Robledo Hoyos (*)



La ciudad tiene sus códigos y nosotros somos sus semiólogos, sus hermeneutas. Todo en ella bulle de manera continua tejiendo a diario su contenido. El habitante de la urbe la interpreta y la fija en su imaginario muchas veces inconscientemente. Sus olores suaves o fuertes, sus colores en determinadas zonas, sus ruidos o sus dulces melodías en alguna de sus esquinas o negocios, sus mensajes ópticos en sus vallas y avisos, en las carteleras de cine o los postes apelmazados de carteles, todo ello hace parte de esos órganos de la ciudad en donde ella a diario se reconstruye como cuerpo único y distinguible. No es lo mismo Buenos aires extendida a lo largo de su calle Corrientes, Lavalle y Florida que la abigarrada Santa Fe de Bogotá en algunos sitios de la séptima en donde se concentra y se resume a eso de entre las cuatro y las siete de la noche. Se hace densa a la salida del trabajo cuando todo ese tropel de gentes, de ejecutivos, políticos, burócratas, intelectuales, secretarias y taxistas circula por sus calles como la sangre por las venas de un organismo vivo. Es por esto que algunos hablan de una semiótica citadina.
Estuve el año pasado en Bogotá por los lados de Pasadena (estrato cinco) y éste regresé de su barrio Cedritos en el norte (estrato cuatro). Pasadena: señorial, arborizada y distante ¡Cuán distinta de Cedritos entrañable como el corazón de la granada y suave como la entraña de la poma y de la guama. Se reposa muellemente yendo por sus calles y atravesando sus esquinas. Si bien se extiende visualmente como un enorme pez antediluviano por su larga cola calle 140 hasta la carrera séptima y su costillar de calles que caen y la traviesan; se siente como mano cálida por la profusión de colores, olores y sonidos de sus calles adyacentes que la arrullan, la envuelven y la asedian a lo largo inmenso de sus costados. Cedritos es un niño apenas en pre-escolar de tantos sonidos diversos sin especialización alguna, de tantos sabores disimiles confrontándose en las esquinas y cruces, de tantas banderillas encendidas en sus frontales de acero y acrílico y sus retaguardias de sombras en los pequeños negocios, en los discretos balcones de casas grises; de todo y de nada, y de todo como en botica como todo lo que se nos hace familiar y parte de la vida. Su ritmo es inconsciente. Caminar y caminar por Cedritos es un tratamiento para las memorias atormentadas de santos y violentos, un descender dichoso a las termas romanas y a los afeites y caricias de Sherezada. Es estar en lo más íntimo de nosotros mismos y en la entraña de ésa Bogotá extensa, sin rupturas y sin establecer distingos que nos remonten de inmediato a la racionalidad clásica imperante.
No; sus llamadas son como guiños de un ballet de flirteo de una pareja enamorada con movimiento de piernas, brazos y afectos. Sus fachadas, un popurrí de estilos y de ninguno en particular. Tan pronto nos deslumbra con antesalas versallescas y jardines apenas esbozados como bigotes suaves de párvulos en transición como nos derrota con los nombres disimiles de sus edificios. Hay de todo como en un diccionario arbitrario y estrambótico, un verdadero bazar embravecido de nombres y sensaciones. Desde pájaros como la Paraulata de los llanos orientales, madrugador y chacharero como me lo explicaba mi amigo hasta Bosques Encantados de Baviera y la Selva Negra, Aranjuez y Covadonga, un poco del Retiro y el Escorial y los cierres y aperturas de un castillo medieval.

Manizales, Octubre 25 / 2011

*Sociólogo manizalita. Profesor universitario, escritor, ensayista, columnista cultural y político. Escribe habitualmente en “La loca de la casa”, periódico electrónico de la ciudad de Manizales.