MANUEL MARULANDA GÓMEZ Y CIRO MENDÍA
Babeliante lector y crítico natural, así como visitante apasionado de bibliotecas y tertulias, MANUEL MARULANDA GÓMEZ desea complacernos con algunos autores y textos que suelen desgajarse y entregarse, por fortuna, al conjuro de sus desveladas búsquedas.
POEMAS DE CIRO MENDÍA
CARTA POLICÍACA
Mi marido, señor, está mordido de celos.
Que celoso más templado.
Celos de mi canario anaranjado,
Y celos del color de mi vestido.
Sospechaba de Juan, el engomado
Sospechaba de Pedro, el invertido.
Pero ahora, mi Nelson distinguido
Con una pista superior ha dado.
Por esto es necesario mi poeta
Que te cuelgues del hombro la escopeta
Y prevenido estés y en tus cabales
Porque te hago saber, y este es el hecho
Que anoche, en las dos copas de mi pecho
Mi esposo halló tus huellas digitales.
IRENE
Bella y simple, eso era.
Pero era más sana que un adiós de golondrinas.
Eran sus carnes cálidas y finas
Como las carnes de la primavera.
Rubia y blanca, muy seria.
Mandarina sus pechos.
Con la gracia muy sincera
Cuando veía, riente y placentera,
Miraba al cielo como las gallinas.
Era algo así como una zanahoria
Con faldas, sin cultura, sin historia.
Por si las moscas demasiado arisca.
Hoy de distinto modo muele el grano.
Ya de tonta no tiene ni una pizca
Y de arisca... que va... ¡come en la mano!
LECTURA DE TU CUERPO
Todo tu cuerpo me leí, ternura.
Hay en su texto de amorosas nubes
Guarda páginas mágicas, divinas
Tiene estilo elegante y donosura.
Dos noches me ha llevado su lectura.
Se describen allí valles, colinas,
La oscura vid, nidal de golondrinas.
Es una obra de arte y galanura.
Que edición más perfecta y esmerada
Y que adorados en su piel rosada,
Oh filigranas del luciente lomo.
Y aunque te admire y amo,
Pliego a pliego y me culpes de ingrato,
No te niego que estoy pendiente del segundo tomo.
PICARDÍA ANGELICAL
Siempre cuando la amada resolvía desnudarse
Y al lecho irse cansada,
El Ángel de la Guarda, qué bobada,
De la alcoba al momento se salía.
Loco por ver su desnudez rosada
Mirar por las rendijas sólo hacía,
Y si caer las ropas él oía
Lucía al punto un ala chamuscada.
Cierta noche aquel ángel inocente
En un espejo vio desnudo, ardiente,
Ese cuerpo de Venus dominguera.
Y del amor, oyendo su consejo,
Esperó que la dama se durmiera,
Tornó a la alcoba y se llevó el espejo.