JULIO CÉSAR CORREA DÍAZ
Docente universitario, poeta y artista bumangués, JULIO CÉSAR CORREA DÍAZ comparte, en la plenitud sensorial de nuestra BABELIA, algunos textos de su autoría.
EL PINCEL EMBRIAGADO
Ahora se sabe. El arco iris fue la paleta de Marc Chagall y el lienzo del cielo el gran fondo sobre el cual pintó, disputándole a Dios el derecho a crear, al tiempo que se embriagaba de belleza y remojaba la barba de su pincel en toneles de vino. Y mientras dios ordenaba, Marc Chagall desordenaba. Cuando Dios dijo que se hiciera la luz y creó el día, Chagall pensó en la noche y la pintó con rostro de mujer. Ahora se sabe, Dios, ofendido con el pintor, inventó el trabajo como castigo para el hombre; pero Chagall, fiel a sus principios, respondió pintando el ocio y el amor y lo hizo en medio de una gran carcajada
Ahora, después de mucho tiempo, no se sabe quién es quién. Lo único cierto es que cuando sale el arco iris, lo más seguro es que Marc Chagall esté orinando desde el cielo.
UNA PEQUEÑA GUERRA
La mañana aletea sobre lo tejados. Suave desliza las botellas de leche y en las puertas de las casas, siempre, un hombre cansado asoma. No es un soldado que viene de la guerra ni un desplazado por los avatares del tiempo. Es un hombre simple que lee el periódico y escucha la radio. Es un hombre habitado por una ciudad. Su rostro es la página en blanco para empezar a escribir la crónica diaria. Su mirada habla de la caída de Constantinopla, del Muro de Berlín y de la Bolsa de Nueva York Es un hombre, en todo caso, que escucha las noticias y bebe el café y se dispone salir porque sabe, más allá del rigor de la ciencia, que cada día es el inicio de una pequeña guerra.
CONVERSANDO CON RILKE
Antes de que termine la tarde ya habrá crecido un muro que me impida ver el comienzo de tu rostro. Habrá el árbol y el tejado sostenido por viejos recuerdos. Habrá un ancho patio por donde aún corren inseguros los pasos de la infancia: pequeñas naves de papel a punto de zarpar. Habrá una ligera lluvia y, quizás, veré algunos rostros pegados a los vidrios de las ventanas. En las miradas veré crecer un país de hojas verdes: un árbol grande del que colgarán las voces y las palabras. También habrá una tarde como ésta
para ponerla con las demás cosas que aún me duelen. Habrá un silencio eterno para que hable de las pequeñas cosas que ya no están.
RECORDATORIO
Uno recuerda a los buenos amigos, también los buenos libros. En la lista no pueden faltar los vinos. He de recordar también a las amantes, pues sus nombres copan las primeras páginas de los libros. Alguien dirá, en consecuencia, que todas las dedicatorias mienten; por ello, quizás, resulte más generoso escribir “a mis amigos”, con lo cual reduzco la distancia que puede haber entre la ética y la estética. Los amigos, después de todo, no son muchos. Allí estará incluida la familia. No faltará, sin embargo, la tía que proteste o la vecina que sintiéndose excluida busque desquitarse, muy seguramente, comprándome el libro.
Uno recuerda a los buenos amigos.
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