Iniciado, iniciático e iniciador cotidiano de los rituales poéticos, CARLOS MARIO URIBE, babeliante peregrino, asoma por estos corredores de la BABELIA literaria para dejarnos escuchar algunos de sus más recientes poemas.
UN TEMBLOR ABAJO QUE TE MUEVE COMO LA COPA DE UN ÁRBOL
Allá abajo las cosas del pasado
que duelen al volver como una nostalgia
No el dolor de las esquivas dichas
...
Como en el baño abyecto de las páginas
Que sufre el ángel de bronce
para llegar al paraíso de la forma
la forma del amor
PREGUNTA
Las estrellas zarpan como viejos barcos
Desde el infinito negro donde habitan
Cada noche zarpan y aparecen en nuestro firmamento
¿Cuál será el cielo que observan desde su mar las estrellas?
Hay días tórridos
Bocas agrias con sus propios abismos
Caricias que prometen lo blanco, lo rojo, la ausencia
Gritos repentinos de marinos sobrios
Descubriendo otra isla en su cerebro
Los años han sido mordeduras del dolor
Y la piel, los peldaños del placer
No olvido tu mano llamando a silencio
Acercándome a Cesar Vallejo
A una vida que me maravilla... tardía
AMOROSA
Recorrerás mi piel como un camino
Iniciarás tu danza entre caricias
Donde sólo el sudor recoge huellas
Buscarás mis fuentes de placer
Como las aguas que me recibieron
Tomarás mis pupilas y mis labios
Como frutas que nunca acabas de morder
Rasgarás con tu ira infantil
El tiempo que separa nuestro encuentro
ESPEJO EN ROJO Y NEGRO
Has atravesado el espejo de Alicia
Y te has herido con las aristas
Que suponíamos papel de arroz
Plumas de agua
Y sé que el rastro que has dejado en la noche
No es el rojo de tu sangre
Ni el negro de tus ojos
Porque después de haber cruzado el umbral maravilloso
Ni tus ojos ni tu sangre ni tu cuerpo
Querrían regresar a este lado del desierto
Las huellas que dejaste
No para que te siguieran ni te encontraran
Ha sido el negro de la tinta de nuestros malditos poetas
Imposible traicionar a Rilke
Y ha sido el rojo de la tarde
Que te hería con una felicidad impostergable
Uno de aquellos crepúsculos en que te quedaste inmóvil
Para siempre.
(A Adela González)
LOS ÁNGELES DE POLANSKY
La sal de la palabra
El abismo que inaugura
Detiene el instante de mi muerte
Así la sed desaparece cuando hablas
El agua corre en el espejo y allí busco tu nombre, entre la bruma
Te veo agazapada tras la luz
Donde tu cuerpo trasparente, arde
EL PADRE SIN EL HIJO
El mundo es plano, inmenso
Los caminos se alargan y me tumban
Entre el polvo del tiempo
No creer en el amor
Y ya tan tarde, sentirlo
Tal vez por el me salve
O me destruya.
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