
La Torre de Babel puede verse y leerse como imagen del orden y del caos, respectivamente. Como imagen del orden, en tanto se yergue como señal dominante, y como imagen del caos, cuando es abandonada -como en el relato bíblico- o es destruida -como en el septiembre 11- por la cólera inevitable de los oprimidos.
Si los mitos antiguos hicieron de la torre el modelo perfecto para imaginar un horizonte de unidad, nuestros mitos modernos parecen, utilizando esos mismos símbolos, extender cierta condena histórica de desastre. Tres mitos modernos remiten a esa babel legendaria. Serían ellos: La universalización del inglés, casi que la obligación de que ese sea el lenguaje común del mundo; la propagación de la informática y de la Internet, que es una entelequia tanto de la información como de la comunicación; y la ingenuamente llamada globalización, en realidad imposición, que suele también relatarse como necesidad y que se propone izar por toda la extensión del planeta sus torres para televisión, telefonía celular o sus innumerables pisos para mega mercados.
Mega babeles de erizados rascacielos encima y de laberínticas invasiones y comunas debajo. Invirtiendo esta imagen Michael De Certau definió los rascacielos modernos como “las casas de basura que barren los cielos”.
Desde esas moles homogéneas, que parecen imitar la babel inveterada, se organiza hoy la invasión de Irak y paradójicamente se bombardean las ruinas de la torre primigenia sin que el recuerdo de su fabuloso pasado pueda detener ese atropello monstruoso.
Por eso nuestra respuesta simbólica a este estado de cosas arranca en babel y se extiende en la Babelia de los tiempos y de la cultura con algunas sencillas provocaciones. En primer lugar, denunciar la sociedad del miedo, ese miedo a la babel, al caos, que es otra forma de caos y que nos somete, no sólo física sino espiritualmente. Y, en segundo lugar, tratar por todos los medios de trascender esa iconografía vertical del poder y de la violencia dando la bienvenida a otros pensamientos y visiones. Visiones horizontales, fragmentarias, diversas, claro, que no le teman al caos, a la evasión o al goce, y que en su maravillosa profusión, en su plural humanidad, alienten esa confianza en el hombre que languidece hoy en momentos en que nuestro país es incapaz de conciliar y arriesgar un destino mejor.