ODA AL MARQUÉS DE SÁENZ
PATERSON
Adriano Corrales
Guillermo
Saénz Paterson es un poeta pródigo y prolífico. Tiene más de cinco libros de
poesía a su haber y se apresta a publicar uno más. Igual mantiene cuatro
novelas inéditas. Sin embargo, el canon de la poesía costarricense y su
oficiante desparpajo lo mantiene invisibilizado. Afortunadamente, hay quiénes
lo siguen recordando y otros, como este servidor, que lo estamos
redescubriendo.
Y
de repente está bueno que sea así: un poeta demoníaco y angélico, casi maldito,
caído al margen de la literatura nacional, es, de muchas maneras, un verdadero
poeta. Porque no se ha entregado a la egolatría de la vitrina y el bolsillo,
sino que se ha encerrado en el castillo de naipes de sus visiones y de su
poética, a esperar que el tiempo sea propicio. Y parece que ahora lo es...
Leer
en los tiempos que corren la Oda al
Marqués de Sade es un ejercicio necesario para quienes creen que la poesía
debe ser inmaculada y con el rubor de un suave maquillaje, para ser leída en
salas de estereofonía con aire acondicionado. Pero, especialmente para los
jóvenes que se inician en la ardua tarea del verbo, muchos de ellos
desconocedores de los avatares de la lírica costarricense. Grito desgarrado que
recupera para sí la condena del Marqués, esta oda de canto surrealista y
melodía romántica, es un ejemplo esclarecedor de la poesía de Saénz Paterson.
Dividido
en tres partes (Amanecer, Mediodía, Atardecer) este poema se desgarra entre las
voces del célebre escritor, dramaturgo y filosofo (Donatien Alphonse Francois,
Francia, 1740-1814). El yo lírico se posesiona del personaje y se desdobla
desde sí mismo para invocarse e invocarlo: Hoy te levantaste con tu predilecto
ojo de púrpura... En este minuto desvestido, ¡Sade!, te quise. En el abismo del
espumarajo, en la epilepsia del ruido, nos vamos compenetrando con este
personaje tantas veces censurado y satanizado.
Así
la oda se reconfigura en un canto oscuro de la mano de una NIÑA BLANCA que
balbucea las fronteras entre placer y crimen, entre caricia y tortura, entre
pasión y espanto, entre la hoja que caía y los podridos otoños del humo.
Desgarrado quehacer el del poeta al transmitirnos el dolor y la rabia del otro
poeta. Por eso el poema se descuelga del sambenito de la poesía
trascendentalista de la época que se autoafirmó como poesía oficial en nuestra
ínsula barataria. Y media entre una transvanguardia que brinda con la noche y
se desgarra en la madrugada con una alucinante posmodernidad.
Al
final, al atardecer, encontramos la flor sin calaveras, hueso rosado de la
aurora, en el redoble de cientos de atabales con el bramido de muchas trompetas
como asmas de la naturaleza hacia la noche sin paralelo. Así el poeta se
remonta encubierto en su propio personaje, heterónimo que cruza los siglos,
hasta llegar A LA VIOLADA OSCURIDAD DEL HORROR. Por ello el cronotopo de la
creación: Hospicio de Charenton. 27 de abril de 1803.
Los
invito a leer esta Oda olvidada como una página de la iniquidad nacional, pero
felizmente recuperada para distinción de la poesía.
ODA AL MARQUÉS DE SADE
-Guillermo Saénz Paterson-
(Selección de Poemas, 1974)
AMANECER
Hoy
Hoy te levantaste con tu predilecto ojo púrpura.
Era
blanca la sábana de la amargura
y
el horizonte de la pureza
teñía
tu mirada de rictus oxidados.
Era
el barrote, era la prisión, era el asilo
de
las algas pegajosas como silencios de aves muertas.
En
este minuto desvestido, ¡Sade!, te quise.
Tus
extrañas manos eran tentáculos
de
islas olvidadas,
pájaros
negros pasaban sin delirio,
todo
era cansancio de espigas
sin
respuesta, las ostras abrían su carcomido
número
de oficina, y las medusas de las rocas
eran
sirenas con añil púrpura en los labios.
¡Cuánto
olvido!
¡Cuánta
bajeza escuchaste de los potros enrojecidos!
En
tu cerebro aullaba un lobo herido,
y
su pene de cicuta
golpeaba
las madréporas de los lagos podridos.
¡Cuánto
pantano había en ti!
¡cuánto
nenúfar de oloroso incienso
gastaba
las mentes de los gritos!
Mas
era la mañana de licor,
y
delirio menstrual, tu sexo
se
sobreponía a los tumbos del alma.
Vencido
como las serpientes al acecho,
tu
diente clavó el oxígeno de las cataratas.
¡Cuatro
monjas azules te sujetaron!
¡Sade!,
¡Sade, cuánto te quise!
En
el abismo del espumarajo,
en
la epilepsia del ruido,
no
hubo nadie que te escuchara.
Fuiste
así el vampiro de los coches nocturnos,
la
piedra rodada en los prostíbulos rojos,
la
sutil emanación de los pezones iluminados;
no hubo nadie que te escuchara.
Fue
aquella noche cuando dijiste a los delirios
que
el mundo estaba acabado,
que
una copa de tinte negro
valía
más que el cofre de una hostia;
no hubo nadie que te escuchara.
En la mañana de la noche tu cabello revuelto
vago
por las callejuelas de los cálices,
en
la mañana, las estrellas de tus dientes
comieron
de la fruta prohibida...
¡Sade!,
¡Sade!, cuánto te quise.
Tú,
el odiado, supiste del escalofrío virginal,
tú,
el de siempre, supiste desatar la envidia lechosa
de
los primeros caminantes.
¡No!,
no, no hay respuesta para tu silencio
de
tortura, no hay torre que contenga tu buitre
de
alhajas perdidas... todo lo diste...
En
las piedras, en los musgos,
en
los acantilados,
en
la felatina de las rendijas,
tu
mirada fue víctima del picotazo.
Ya
sin ojos, destruido como los huesos
de
las gaviotas, infeccionaste la soledad
de
tu celda.
¡Sade!,
Sade, cuánto te quise.
Allí,
el de siempre, allí el de las hojas sin velo,
allí
el transfigurado por el gusano de los remos sin rumbo.
Es la hora del ojo negro,
es
la hora donde la sangre y el reloj,
anuncian
la terrible campanada de la tortura.
La
sonrisa impasible se enmudece,
los
miembros se trenzan en la noche sin espinas.
¡Aurora
es la indicada!, ¡aurora es la vestal!
Los
grillos suenan, la puerta de hierro fundido se abre.
¡Sade!,
eres el demacrado de las primeras horas.
MEDIODÍA
¡Oh,
mediodía!
Las cadenas han arrastrado
animales
de fuego sereno,
sus
miradas de terciopelo
han
vertido crueles emanaciones.
El opio del día es un tormento;
la
acidez de las nubes sin rumbo,
¡rojas!,
son un plomo vasto de manos arrancadas,
¡la
tierra se estremece.
el
son fecunda las partes,
la
rama de los vidrios cae en el dolor de las venas!
¡Oh,
mediodía!
La fuente de los charcos,
el
lirio azul de los bosques profundos
es
aún una vastedad sin herir.
¡Sade!,
el de las primeras horas, ¡Sade!
Con
el rumbo de las ortigas en la boca,
con
la espina del murmullo en la saliva,
—¡
da el primer paso sin tormento!—
Es la araña de oro
en
su pelambre de rocío infecundo,
es
¡Sade! que rompe la piel de los corderos estivales.
Era verano la hoja que caía,
eran
los podridos otoños del humo.
Existía
el silencio del bochorno,
existía
la cansada lentitud
de
la leche en las bocas.
Los niños se ataban a sus madres;
sus
risas de carbón
pervertían
el cementerio de los primeros juegos.
Era la primavera de las cunas,
la
iluminada ponencia del horrible destello.
Lejos de la luna,
en
el eco de las humedades,
en
el sexo podrido de la rosa de los bosques,
llegastes,
¡Sade!...
El mediodía quebrado en las colinas,
el
mediodía en las aguas frescas de la mejilla,
fueron
tu tentación.
Acabado como los astros sin embrión,
Microcosmos
del saber,... todo lo embriagaste.
Las águilas de las uñas
volaban
en la sangre de tus ojos,
y
en tu mirada, el distante mar,
era
una mueca de horizontes vacíos.
Las rosadas calles de la locura,
el
incienso de los pinos quemados,
la
brisa del polen,
fueron
la solitaria esquina de los papeles sin letra.
En la lengua de semen,
en
el espacio de los cuartos sin respiración,
tu
nombre fue dado al ¡Mediodía!
Con el cerebro atado a los rayos de la memoria,
diste
recuerdo febril a los lienzos de Uccello.
Eran
los mediodías del grito deshilachado,
era
el cadalso de la rata fría,
era
la boca gentil y el paso apresurado.
¡Sade!,
Sade, tu camino fue contado
por
la perversión de los cuatro Ángeles-Demonio,
¡Sade,
Sade, tu húmeda escalera
por
la Virgen arrancada de los pelos.
En el fondo del ruido,
en
la hora escamosa de la serpiente,
tu
nudo voló al alto sol.
La
pierna desnuda
fue
Amor en tu bosque de helechos muertos.
Como las aves de las campanas
sin
constelación,
acudiste
al ojo paralítico.
¡Tu
llanto fua de virtudes insospechadas,
tu
rebeldía una fuente de amargos hipos!
Miraste al sol sin pupilas,
lo miraste en la profunda noche de tu dolor.
De la hora del mortal reloj,
fue
viva tu llama
entre
la pronunciada figura
de la NIÑA BLANCA.
ATARDECER
¡Oh macabra senectud!
¡Oh violada ponencia de las estrellas!
La
amargura tiembla en el vino,
la
sal en la arruga serena de los firmamentos;
nadie
acude a la oscura mancha de la embriaguez.
El cirio tembloroso,
la
tarde atada a su castigo,
son
la herida de mis errabundos ojos,
Nadie
acude a esta llaga de ámbar,
a
esta soledad de olas sin espuma.
¡Hay
un grito de insecto en tus ojos,
rocío
de soneto líquido!
El atardecer,
cansado
como los muelles sin óxido,
cansado
como el bastón de los balcones,
expira,...expira,...
el pétalo del perdón.
¡Sade!, Sade,
quisiste
de tu virtud la perla dorada de los ensueños,
quisiste
de la vida el barco podrido de las perdidas algas.
¡No
hay perdón en los pechos de cardo!,
¡No
hay risa en la violeta de los ojos!
Los cabellos son uvas de oro,
uvas
que el Tiempo detiene en la lágrima del juego.
—Era
la orilla de la luz,
era
el atardecer adolescente
del
gesto morado sin descanso—.
Mi mano se posaba en la sal marinera de las
gaviotas;
¡rocas
de fuego!, como ceniza de lirios,
ahuyentaban
la sombra de los vuelos...
¡Sade!, Sade, fue tu primer recuerdo
la
violada pasión de las raíces sin llama,
fue
la tierra olorosa a mieles remotas
el
Fausto de tu condena.
—La hoja marchita de los dientes sin consuelo,
el
sendero agotado por la rumorosa vid,
fueron
tu llanto—.
¡Sade!, Sade,
primer
condena de las cumbres sin abismos,
escarabajo
del nervio marinero.
¡Oro de la tarde que huye!
¡Oro de la copa sin saciarse!
La flor sin calaveras,
hueso
rosado de la aurora,
fueron
el néctar de tu solitaria celda.
El atardecer de la gloriosa golondrina,
la
campanada en el triste musgo,
saciaron
tu sed de verdugo laborioso.
¡Nada
me pertenece
sino
la conjugación
del
vicio de la virtud!
¡Oh dualidad!
¡Oh dolores preciosos!
¡Oh asmas de la naturaleza!
Son
dos misterios parecidos:
¡segundos de la huída!,
¡ciervo de la lanza fugaz!
¡noche sin paralelo!
En
su negrura invocada,
loco
buscador de la luz,
me
remonto,
distante,
A LA VIOLADA OSCURIDAD DEL HORROR.
Hospicio de Charenton.
27 de abril de 1803.
ADRIANO CORRALES.
Poeta, narrador, agitador cultural. Entre algunos de sus títulos están Caza del poeta, Profesión u oficio, Los ojos
del antifaz.