viernes, 4 de octubre de 2019

ADENDA




CALINEMENT

EL LIBRO MODERNO DE NAHUI OLÍN



Ricardo Echávarri


NAHUI OLIN escribió un libro estupendo de poemas en francés, Câlinement. Je suis Dedans (Imprenta Franco-Mexicana, 1923) desgraciadamente olvidado. El francés lo aprendió casi al par de su lengua materna pues, cuando su padre, un general del ancient regime (y protagonista de la asonada que originó la Decena Trágica), fue enviado en misión oficial a Francia, Nahui Olín tenía apenas 4 años. Vivió en París hasta los 10 años y, a su regreso, se expresaba con tal desenvoltura en la lengua gala que asombraba a la monja Marie Louise, su maestra del Colegio Francés: "Esta niña era extraordinaria. Todo lo comprendía, todo lo adivinaba. Su intuición era pasmosa. A los diez años hablaba el francés como yo, que era francesa, y escribía las cosas más extrañas del mundo, algunas completamente fuera de nuestra disciplina religiosa". 



        Que yo recuerde, el poeta estridentista Luis Kyntaniya escribió, bajo el padrinazgo de Guillaume Apollinaire, una parte de su obra en francés. José Juan Tablada ocasionalmente compuso también algún poema en ese idioma. Pero, en ambos, la lengua gala fue una lengua de elección, adoptada y en mucho artificial. Hay que matizar y no exagerar el rasgo colonial que algunos críticos advierten: nuestros poetas buscaban escribir en el idioma que desde el siglo XIX -bajo el influjo de Charles Baudelaire- se consideraba por excelencia el de la poesía moderna.

         Para Nahui Olín el francés fue su primera lengua poética, en este idioma escribió su primer y más hermoso poemario: Câlinement (y Dix Ans, 1924, con sus composiciones escolares). Cuando vuelve a México y escribe en castellano su poesía se hace más didáctica, filosófica, perdiendo el encanto lírico de su poesía de juventud. Sólo por este bilingüismo, Nahui Olín ya sería parte de un selecto grupo de poetas fundacionales de la modernidad latinoamericana -Vicente Huidobro, Antonio Gangotena, César Moro-, que escribieron parte de su obra en francés, trazando una especie de horizonte translingüístico que buscaba unir la modernidad europea con la americana.



  ¿Podría decirse que Nahui Olín escribió en Câlinement una poesía equivalente a su pintura naif? Sí y no. Su poesía es definitivamente plástica, plena de imágenes. Y se podría decir de ella lo que dijo Max Jacob acerca de Reverdy: hace un poema de la misma manera que pinta un cuadro: “pone un rojo aquí, un azul allá y, oh horror, tiene el mismo vértigo de un verso clásico”. También sus brevísimos versos libres (casi todos de dos o tres palabras), que van desplegando ante el lector una imagen dinámica, con un ritmo interior que sustituye toda puntuación, son tan únicos que hacen pensar en una poesía fuera de los cánones tradicionales. Sólo que no nos engañemos, la composición y reunión de elementos figurativos y emocionales provienen de una asimilada técnica poética, propia de los cubistas; y la distribución de los versos de una forma no tradicional, en especial en el escalonamiento y la alternancia distributiva en columnas, dando al poema un especial efecto visual, nos habla de una asimilación de la página-cielo de Mallarmé (o del poema-partitura de Wagner, pues no olvidemos que Carmen Mondragón también compuso música).


Ha habido una exquisita exclusión, silencio, borrón (ninguneo, en el argot cultural) que no quisiera llamar machista, de Nahui Olín entre los críticos de la poesía mexicana. Leonor Gutiérrez fue la primera en señalar la paradoja de esta omisión: "Nahui Olín es una mujer incomprendida e inapreciable -no como todo lo bello, pero sí como todo lo grande-. Nos recuerda el sentido del nombre con el cual Carmen Mondragón firma sus poemas: "Nahui Olín, las dos palabras que en mexicano quieren decir 'los cuatro movimientos del sol', simbolizan los movimientos de un ser más humano que la mayoría de los seres". 

Es hora de corregir la plana y reconocer que Nahui Olín anticipa formas y procedimientos poéticos que serán típicos de la vanguardia mexicana. Creo que al lado de José Juan Tablada (Li Po y otros poemas, 1919), Nahui Olín, con su exquisito poemario Calinement (1923), debe ser considerada como su legítimo complemento femenino: nuestra primera poeta moderna.



Ser absolutamente modernos, había expresado Arthur Rimbaud, quien influiría en tantos poetas nuestros, sobre todo en quienes configuraron la poesía vanguardista de los 20's (antes del pesimismo y la vuelta a la tradición de la poesía post-vanguardista, la de los 30’s, sombríamente anunciada por el filósofo Martín Heidegger). Todo el catálogo de audacias, juegos tipográficos y tópicos modernos -en especial los provenientes de su vertiente plástica, el cubismo- tienen su expresión en el poemario augural de Nahui Olín. Ella misma es una especie de “flapper”, de mujer urbana y liberada, que transita con angelical elegancia por las calles de París.

                                               Deambulo
                                              por las calles
                                              como una novedad

                                               Paso en las calles
                                              con alas




Lo primero que hace una flapper es cortarse el cabello y con esto dejar atrás la figura convencional de la mujer sumisa, sometida al sacrosanto orden patriarcal (en México, las pelonas fueron también una moda vanguardista, adoptada por las feministas y las clases urbanas). Así, Nahui Olín marca la pauta de toda una generación de mujeres que adoptarían los nuevos modelos de la modernidad urbana. Sólo que en ella ese acto se enlaza con una nota sacrificial, con un ritual: el pelo color oro es una ofrenda a la divinidad solar:

                                           He cortado
                                                   mis cabellos
                                                   largos
                                                    y rubios
                                                    como eran,
                                                    los he cortado
                                                    para amar
                                                    para dar
                                                      un
                                                    poco
                                                    de oro
                                                    de
                                                    mi
                                                   cuerpo
                                                    al
                                                    SOL
            

    La figura de la flapper, paseante bajo la Torre Eiffel y la noche luminosa de la Ciudad Luz (nombre que, según Walter Benjamin, se populariza cuando en tiempos del II Imperio, los pasajes parisinos estrenan sus flamables lámpara de gas), se complementa con la de la coquette, reina de los bailes de salón.

           Para mis grandes
              affaires
              tengo un carnet
              donde pongo
              los nombres
             Y luego hielo
              y rojo
              para mis labios


             Pongo
             un revólver
             cargado
             de balas
             que den
             muerte
             a los asesinos
             que roban
             el corazón






Hay una poética del cuerpo en Nahui Olín. Éste es una extensión de un espíritu liberado de ataduras. Por ello celebra la plasticidad de su belleza (“mi cuerpo… líneas flexibles que se ondulan”). Es en su desnudez donde toca el azur y se siente unida al cosmos (“Estoy en el infinito sin abrigo desnuda”). Aún la vestimenta femenina de principios del siglo XX, con sus gasas y sedas, tendría la función de moldear un cuerpo que muestra y oculta, como una de las claves de su erotismo, las formas mismas de la desnudez. Ese cuerpo libre es un cuerpo pleno vivo, activo, sexual (“en el espíritu el sexo maravilloso”). Crea así, a partir de su libertad amorosa, un nuevo horizonte emocional, y es: 

Una mujer
que tiene el derecho
de amar
     
     

    

Es legendaria la excepcional belleza de Carmen Mondragón, quien atrajo la mirada de los artistas modernos. Cuando retorna a París, poco antes de la I Guerra, deslumbra a Matisse y a Picasso. Posa por primera vez desnuda para su esposo, el pintor Manuel Rodríguez Lozano. De regreso a México la belleza de su rostro lo eternizaría Edward Weston. Antonio Garduño la fotografió desnuda en una inolvidable serie en sepia en la playa de Nautla, Veracruz. Diego Rivera la pinta en su mural más famoso, Sueño de una tarde dominical en la Alameda central. Rosario Cabrera, en un cuadro inconcluso, capta la magia fascinante de su amiga. El doctor Atl la dibuja en numerosos bocetos y la pinta en Nahui Olín pelona. Jean Charlot dibuja el Desnudo de Nahui Olín. Roberto Montenegro la recrea envuelta en un abrigo negro con un fondo rojo. Con esa aureola de Musa moderna, cuando viaja a Hollywood, el cineasta Rex Ingram -que lanzó a la fama a Greta Garbo y a Rodolfo Valentino- le ofrece un papel protagónico como sex simbol, pero ella rechaza la oferta. Sus desnudos buscaron ser siempre una experiencia estética y una ruptura de tabúes en el ambiente sombrío de una sociedad mexicana pudibunda y católica. Los artistas encontraron en Nahui Olín ese elán que les hacía pintar la nueva belleza femenina:


y
                                               ellos
                                                                se atormentan
                                               con
                                               razón
                                               haciendo
                                               los nuevos
                                               cuadros
                                               cuando
                                               poso
                                               y
                                               aporto
                                                                siempre
                                               una           nueva
                                               cosa
                                               que
                                               es
                                               mi
                                               espíritu
                                               extendido
                                               en
                                               mi
                                               cuerpo
                                               saliendo
                                               por
                                               mis
                                               ojos
                                               para
                                               posar
                                               ante
                                               los
                                               Caballeros
                                               que
                                               hacen
                                                            siempre
                                               conmigo
                                                           los cuadros
                                                                   Nuevos

    
    

Un último elemento moderno, baudeleriano, en Caliniment, es la aparición de su gato Menelik (el nombre del rey Abisinio a quien Arthur Rimbaud vendía armas “de cápsula fulminante” y pésima calidad, a cambio exclusivamente de oro y marfil). Con Menelik, regalo de su padre, quien vivía en San Sebastián (donde muere, casi al mismo tiempo que ella termina su poemario) aparece cierto elemento mórbido y nocturno en su poesía. Casi todos los que la conocieron hablan de los ojos magnéticos, color verde-oro, enormes, que poseía Nahui Olín. Incluso ella, en una página ulterior, recordaría las “fuerzas ocultas, sin límites” que la unían con “ese gato de nombre Menelik”.
       



Caliniment encierra una escritura de claroscuros, recrea los momentos luminosos de su vida juvenil en el París moderno pero, a su vez, anticipa el caos por venir: la muerte en el exilio de su padre, la guerra que le hará abandonar Europa, la ruptura matrimonial al descubrir la homosexualidad de su esposo; todo eso la obliga a volver definitivamente, en 1921, al país dulce y espinudo a la vez, a México, y cumplir un nuevo ciclo como Nahuolin, sol que muere y renace en perpetuo movimiento.
    

La figura baudeleriana es intensa al final de Calinement. El chat noir se erige como símbolo de sí misma, un ser femenino excepcional que verá el mundo crearse y derrumbarse a través de los ojos más maravillosos que haya poseído un ser humano: 

Muy
                                    negro
y sobre todo
la
noche
es       
mi
gato
negro
que
tiene
para
ver
dos
piedras
preciosas
que
destellan
una
luz
sobre
el
negro


* Addenda.
En Clinement, Nahui Olín publica “Un día de septiembre”, un poema dedicado a su padre, el general Manuel Mondragón. Es un poema “incómodo”, espinoso para la crítica. A mi parecer, ese momento de ruptura del silencio y la reivindicación de su padre como un héroe “que hizo cañones y una revolución” motiva en buena medida su marginación del canon literario mexicano. Nahui Olín y Alfonso Reyes tienen en su origen una historia en cierto sentido paralela. Ambos son hijos de generales que protagonizaron el golpe militar contra el presidente Madero, mismo que entronizó al célebre mariguano Victoriano Huerta. Sólo que Alfonso Reyes conservó siempre un discreto silencio en torno a la imagen pública de Bernardo Reyes y elaboró, quedándosela para sí, un don Quijote como íntima imagen paterna; a veces apenas alguna alusión y quizás un leve reproche encierra esa “oscura equivocación en la relojería moral”, de su “Oración del 9 de febrero”. En cambio, Nahui Olín reprocha abiertamente a los gobiernos de Calles y Obregón (“por temor lo han asesinado”) el destierro en que se mantuvo a su padre, quien finalmente muere el 28 de septiembre de 1922, en San Sebastián, España.



Descargue el ensayo complete en el siguiente enlace:





RICARDO ECHÁVARRI (México, 1958) Poeta, ensayista, investigador y traductor. Doctor en Letras. Ha enseñado Literatura en varias universidades y fue instructor de Lenguas Romances en Harvard. Dirige el Centro de Estudios Surrealistas en la Ciudad de México y ha escrito César Moro en México, los versos de un voluntario inadaptado (tesis en El Colegio de México) y Surrealismo / México. 
En la editorial Pleno Margen ha difundido la poesía de Antonin Artaud, Leonora Carrington, Arthur Cravan, Edward James, Wolfgan Paalen, autores de raigambre surrealista.
Es colaborador de las revistas Agulha (Brasil) y Matérika (Costa Rica). Integra el volumen “Barajar la poesía”, Surrealismo en Latinoamérica, Alfonso Peña, UAEM, México, 2019.