sábado, 9 de junio de 2018

ADENDA



PESSOA Y EXTRAMUROS: EL PENSAMIENTO COMO VAGUBUNDEO EN TORNO A
LO INDECIBLE


“…exiliado del cielo y errante   
 sometido a la furiosa Discordia…”.
Empédocles

Por: Carlos Loaiza




La angustia es lo inconmensurable. La soledad lo inabarcable. El desasosiego lo que no tiene cura
Cómo lograr captar con palabras el devenir vital de un hombre que es todos los hombres, sus libros son todos los libros, su miedo el de todo hombre que sea consciente de sus propias limitaciones, su pequeñez, pero también su propia grandeza en medio del desierto. Ese desierto que crece.

Grandes son los desiertos y todo es desierto.
No son unas toneladas de piedras y ladrillos en alto 
Los que ocultan al suelo, al suelo que lo es todo.
Grandes son los desiertos y las almas desiertas y grandes-
Desiertas porque no pasa por ellas sino ellas mismas,
Grandes porque desde allí se ve todo, y todo ha muerto.
¡Grandes son los desiertos alma mía! Grandes son los desiertos.
ALVARO DE CAMPOS


Digo: cómo expresar con palabras lo que no tiene nombre, lo indecible, sin desfallecer ante tanto asombro sistemático, ante tanta vida contenida que logró su poderosa expresión sólo en el decir del sueño, del alejamiento de toda Realidad que oprima la expresión y la convierta en hecho constatable, algo que por fuerza tienen que despreciar los soñadores de la vigilia de la vida.

Yo mismo ya he dado respuesta a mi propio cuestionamiento: sólo en el decir, así sea precario, como lo es todo, podemos acercarnos a una personalidad espiritual (y no meramente psicológica) como la de Fernando Pessoa y sus papeles intranquilos porque no pueden dejar de decir, de pertenecer a algo, así sea al espacio de lo onírico-imaginario.

He partido de la afirmación de un Pessoa que pertenece a los extramuros, las orillas, las márgenes en las que evidentemente se siente mejor (de esto hablaremos más adelante) y que su vagabundear pertenece a un pensamiento de lo indecible y hasta aquí he hablado de expresión, del decir, del pertenecer a algo y es aquí donde aparece una de las claves siempre paradojales de la literatura pessoana: la lucha interior que libró Pessoa durante toda su vida con una exigencia de expresión constante, la escogencia de un estilo, de un lenguaje apropiado a su “demonio”, contrasta con su insuficiencia para ofrecerle una tabla de salvación, un puente sólido que le permitiera comunicarse eficazmente con la Realidad asumida por todos, menos por él. Impotencia para asumirse sin máscaras, descentramiento que no presiente el centro sino como figura estética imaginada.

El demonio, escribe Stefan Zweig en su obra La lucha contra el demonio, “es la inquietud primordial e inherente a todo hombre, que lo hace salir de sí para arrojarse al infinito, en lo elemental (…); fermento que pone a nuestras almas en efervescencia, que nos invita a experiencias peligrosas, a todos los excesos, a todos los éxtasis”.
Experiencias peligrosas, excesos, éxtasis, no parecen características de un Pessoa oculto por propia voluntad a los reflectores de la modernización, siendo uno de los más grandes modernistas del siglo, alejado por propia cuenta del desbordamiento lujurioso de pulsiones sexuales, trasvasadas a juegos simbólicos, candilejas, trasescenas de la imaginación.
Sin embargo, sigue siendo válida esa apropiación de su “demonio” especialísimo, tan distinto al de Nietzsche, Hölderlin o Von Kleist y tan hermanado a la vez con estos espíritus de la inquietud que también quisieran decir lo que es imposible expresar vívidamente, con conceptos, símbolos míticos o personajes literarios por más entrañables que sean.


Freddy Téllez, en su obra: Por una filosofía del Exilio, poniendo de relieve también a la figura de la lucha del creador con su “demonio”, dirá:
“La fuerza demoníaca servirá para medir la excepcionalidad de los individuos y, por lo tanto, las formas de la creación. Por eso, en la mayoría de la gente tenderá a reabsorberse y desaparecer. La “voluntad de salir de sí”, la “exaltación”, la “falta de control”, la “parte preciosa y al mismo tiempo, peligrosa del alma, no se manifestará sino “en raras ocasiones, en las crisis de la pubertad, en los momentos en que el amor o el deseo sexual agitan el cosmos interior del hombre”. Y así estaremos ante la “banal existencia burguesa” como la denomina Zweig, especie de “naturaleza mediana” de la humanidad (…) el demonio es, entonces, una suerte de inconmensurable misterioso que se encuentra en la base de la creación artística”.
Esa “voluntad de salir de si”, “exaltación” y “falta de control” son los signos también de un Pessoa que quiere dejar de ser él mismo su propio centro y volcará todo el salvajismo del que no puede hacer gala el ortónimo, en todos sus heterónimos, especialmente en Álvaro de Campos, poema- personaje que será un digno representante de esos Extramuros que, indudablemente, serán los preferidos de un Pessoa que ha entregado a sus criaturas el destino de su propia alma.
Pessoa no quiere pertenecer ni siquiera a su propio cuerpo, sólo a la expresión vaga de su alma marginal, de su espíritu, como mäelstrom sin nombre posible. Él mismo se observa como los alrededores de una ciudad inexistente, porque en estos tiempos de una tristeza histórica innominable, lo único que parece tener carta de ciudadanía de la existencia es nacer como esclavo en una constante huida de la libertad. A lo que le es lícito existir es aquello que se puede meter en una enorme caja en la cual la infancia ha dejado de existir, y con ella el sentido de lo no fijado.
Pessoa ve la vida desde una enorme caja, desde un agujero viscoso, pero no se confunde con los elementos. Su lucha por expresarse así mismo literariamente (para él no hay otra forma de expresión más verdadera y al mismo tiempo más trascendente y por tanto, deudora de poderes que la sobrepasan) tiene que ver con, justamente, trascender la cárcel del mundo.
“…Y yo soy por fin feliz porque regresé, con mis recuerdos, a la única verdad, que es la literatura”. BERNARDO SOARES.
Le tiene sin cuidado si en el intento por “definirse”, se pierda en los meandros de la conciencia soñadora, fabuladora de monstruos ominosos. Sabe que es ésa su única realidad o por lo menos la que no se muestra inferior a su voluntad de poder triste. 
Pero tiene que actuar…irremisiblemente debe actuar. Aun así, su actuar es la mirada estética de los hechos, no su transformación inútil. No le importa en lo más mínimo ser, en el mundo de los hombres, un “simple” Corresponsal extranjero de letras comerciales, un traductor, encerrado en una oficina entre papeles que no le importan y compañeros de trabajo a los que sus mezquinas preocupaciones no lo afectan lo suficiente como para generarle inquietudes. Su reino no es de este mundo.
No le importa hacerse notar ni ejercer violencia contra los otros. Suficiente tiene con ejercer la más terrible de las violencias que un hombre pueda ejercer contra sí mismo. Él desea ser pura tiniebla, sin esperanzas, pues ellas nos hacen añorar soles futuros.
Él es nadie y lo es todo. Su desasosiego no consiste sino en esta paradoja brutal. Es la vida que lo golpea sin tregua, es la piedra que gime en el aire por un poco de vida. Márgenes que no quieren más centro que su propia soledad creativa, sin el ruido propio de los centros farragosos de las grandes ciudades como la suya
“No es el amor, sino sus alrededores, lo que vale la pena…(…) Hay virginidades con un alto grado de conocimiento. Actuar compensa, mas confunde. Poseer es tanto como ser poseído, y por tanto perderse. Sólo la idea alcanza, sin echarse a perder, el conocimiento de la realidad”. 
BERNARDO SOARES.




Pero su biografía no tiene acontecimientos, ni atributos, ni aventura, ni viajes, ni piel, ni bailes… y tampoco los necesita; o ya dejó de añorarlos hace mucho. A esta altura, Pessoa ya viene de vuelta de muchas cosas, de la vida, de toda esperanza. No le sirve el amor, la familia, la política (pese a sus entusiasmos patrióticos tan defraudados una y otra vez) la vida exterior. No tiene amigos auténticos, salvo esa única alma gemela que fue para él Mario de Sá Carneiro, sólo personas observadas. No sé sirve a sí mismo. Y eso en cierta forma, constituye su única fortuna, porque pertenecer le parece indigno. Eduardo Lourenzo lo expresa de esta manera: “Pessoa es un poeta de lo que no existe y debería existir, del nada que es todo. Su soledad es una soledad ontológica. No hay padre, el padre ha muerto para todos los hombres. Es un exiliado y cuando regresa a su ciudad (Lisboa, su patria, como lo es la lengua portuguesa) la redescubre como una ciudad fantástica, como la experiencia de lo que se considera real”.

Fernando Pessoa quiere quedarse como corresponsal extranjero, quiere quedarse en su oficina, en su cuarto, en sus orillas, en los atardeceres en el río Tajo, en su Lisboa de colores.
¿Para qué irse, si no podremos desprendernos de nosotros mismos, si llevamos nuestro “laberinto a todas partes”?
Bernardo Soares, en su lenguaje particularísimo, lo expresará esa condición paradojal suya de esta manera: “Todo cuanto hacemos o decimos, cuanto pensamos o sentimos, lleva la misma máscara y el mismo dominó. Por más que nos despojemos de la ropa, nunca llegamos a la desnudez, porque la desnudez es un fenómeno del alma y no del hecho de quitarse el traje (…) todo cuanto somos es sólo aquello que no somos, que nos engañamos en lo que creemos más seguro y erramos en lo que consideramos justo”.

Es justamente este libro, el libro de los que contiene todos los libros, al decir de Richard Zenit, el Libro del Desasosiego el que nos muestra que ni a Pessoa- Soares ni a ningún heterónimo se lo puede encasillar en una sola parcela del ser. Todos habitan los extramuros, todos intentan nombrar lo innombrable, pero no de la misma manera. En este libro hay tiempo para la risa, para el comentario ácido, para la ironía en todas sus formas.

Quizá el verdadero desasosegado sea aquel que, descifrándose, aún puede ironizar y reírse de su propia angustia. Yo puedo imaginarme a Pessoa- Soares derrotado y triste pero nunca ahorcado, suicida perentorio. Ni siquiera terminar con su vida lo atrae. Es una esperanza más y el desesperanzado no quiere transigir ante tal debilidad.

Richard Zenit, haciendo un estudio comparativo entre el Baron de Teive, autor de ese libro maravilloso llamado La Educación del Estoico (único heterónimo realmente suicida en Pessoa) y Bernardo Soares (personajes tan similares y a la vez tan disímiles), plantea que Teive no podía ser más que un suicida y Soares no podía ser más que un ironista del dolor. El primero era demasiado serio para soportar por mucho tiempo el tráfago del mundo; el segundo, siente lo mismo pero su conclusión no es la muerte física, sino el fallecimiento de toda posibilidad de resolver el misterio de sí mismo.
El suicida es un anhelante, alguien que está absolutamente convencido que la muerte es la respuesta que todo lo define. Soares no cree ni en la muerte, pues esta no es más que el acallamiento de la voz interior, pero no de la vida. Soares se muestra incluso como un analista objetivo de la nada, elevándose por encima de la realidad. Teive sucumbió ante su misterio.
Pero no nos engañemos: ese estar por encima de la realidad de Soares, su atroz lucidez es muy parecida a la del loco que vive en la realidad convencional como en un sueño. En Soares-Pessoa se da la extraña sutileza de estar completamente loco y al mismo tiempo poder decir la locura.
¿Ese será su sosiego? El único sosiego para él se parece mucho al Arte, a una realidad literaria que en su no existir fácticamente, existe verdaderamente. Nos libra de lo perecedero real.

“El arte nos libra ilusoriamente de la sordidez de ser. Mientras sentimos los males y las injurias de Hamlet, príncipe de Dinamarca, no sentimos los nuestros- viles por ser nuestros y viles por ser viles”. 
BERNARDO SOARES.

El sueño de Soares-Pessoa, es el vagabundeo que en su ser errante, alcanza niveles de una espiritualidad suma, incluso con atisbos de perfección artística. Su desasosiego no es más que el contacto más auténtico con el mundo, sin poderlo tocar del todo.
Pese a que cada desasosiego es personal, el suyo parece hacernos compañía y alentarnos a despertar de la bruma de la positividad cotidiana.





Hemos señalado en esta exposición conceptos tales como: Extramuros, situación exílica del hombre, enigma del yo.
Para Freddy Téllez, en el libro antes mencionado, y para Juan Manuel Cuartas en su iluminador texto: “Fernando Pessoa: entre la diseminación y la auto-bio-grafía” son dos los momentos (sin excluir otros posibles) en los que el Hombre se siente especialmente descentrado, exiliado de sí y del mundo: la sexualidad y la escritura.
Dice Téllez: “La sexualidad es nuestro primer exilio, porque por ella cada cual sale de sí y se arranca al tiempo, así sea fugazmente. Resulta curioso desentrañar la especie de complejidad contradictoria que hace de la sexualidad un exilio y un “fuera-de” terrenal, es decir, no paradisíaco, y al mismo tiempo el acceso privilegiado a una forma extrema de felicidad en tierra: el placer carnal. ¿Cómo no ver allí el lugar explicativo de las filosofías ascéticas?...”
Es en esta última afirmación de Téllez la que nos puede dar la clave de la situación exílica de Pessoa. Está claro que para el genio lisboeta, la sexualidad sólo tuvo lugar como posibilidad estética o perversión real, en sus heterónimos, especialmente Álvaro de Campos y Ricardo Reis, aunque en este último sobre todo como obstáculo. Las pasiones lujuriosas en Pessoa son poemas que entrega a otros, dejando al desierto de su piel seguir siendo árido, pese a la oportunidad que tuvo (quizá la única) de unirse con una mujer que no fueran las imaginarias, casi míticas Lidia, Cloe o Neera, como es el caso de Ofelia Queiroz. Pessoa es un asceta en la vida real y un sátiro en sus múltiples mascaradas poéticas.
Resulta curioso comprobar que su más profundo erotismo se ve expresado en los poemas de Álvaro de Campos, unido siempre al fragor ruidoso de las máquinas, al estertor ultramoderno del engranaje. Esto es muy claro en la Oda Triunfal de Campos. Para la muestra algunos ejemplos:
“¡Oh ruedas, oh engranajes r-r-r-r-r-r-r-r eterno!
¡Fuerte espasmo frenado de los maquinismos furiosos!
¡Furiosos fuera y dentro de mí, Por todos mis nervios disecados,
De todas las papilas de todo aquello con que siento!
¡Tengo secos los labios, oh grandes ruidos modernos, 
De oíros demasiado cerca,
Y me arde la cabeza de querer cantaros con un exceso 
De expresión de todas mis sensaciones,
Con un exceso contemporáneo de vosotras, oh máquinas! (…)
Andan por estas correas de transmisión y por estos émbolos y 
Por estos volantes,
Rugiendo, rechinando, rumoreando, atronando, ferreando,
Haciendo un exceso de caricias al cuerpo con una sola caricia al alma.
¡Ah, poder expresarme todo como un motor se expresa! (…)
¡Poder cuando menos, penetrarme físicamente por todo esto, 
Rasgarme todo, abrirme por completo, volverme esponjoso
A todos los perfumes de aceites y calores y carbones… (…)
Yo podría morir triturado por un motor
Con el sentimiento de deliciosa entrega de una mujer poseída".

En estos poemas y en otros más, se muestra Álvaro de Campos como el depositario de todas las perversiones posibles, de todas las pasiones lujuriosas de las que el propio Pessoa no puede realizar, no por incapacidad sino por desidia.

Aquí la sexualidad es un exilio doblemente marcado por la desidia o su entrega a otro que la juzga como maquinismo disfrutable pero prescindible.
Para Álvaro de Campos no hay nada importante, salvo el más despiadado cuestionamiento de todo.






Por otro lado y haciendo referencia a ese otro exilio brutal que es la escritura en Pessoa, Juan Manuel Cuartas plantea que: “los heterónimos, como expresión directa de la diseminación del Yo, la preocupación principal de Pessoa en la escritura concierne a la búsqueda de una pluralidad que elimine las dificultades de un Yo imperante. La escritura en Pessoa comporta la angustia de desapropiar la realidad; Pessoa –como otros- escribe poesía como recurso para descargar el “Mal”, la comunicación imposible, el marginamiento del orden de otro en el plano de la escritura; el “Mal” asedia al poeta para que refleje en la escritura toda la hartura, todo el horror…” Y más adelante dice: “Pessoa pregunta sin tregua, porque su acto de escribir es propiamente su Yo, y al sopesar el valor de las cosas en relación con el valor de la escritura, su poesía insiste en la deducción del Yo, más exactamente, en su imperfecta manera de ser en el interior de las cosas”
Queda claro que este segundo exilio, que conduce a la escritura los Extramuros de la propia condición voluntaria de Pessoa, también comporta esa ambivalencia que también tiene la sexualidad. Es una constante pregunta por el ser de la realidad que se intenta aprehender con el material de los sueños (extraña relación) y también el cuestionamiento por el ser de un Yo que se muestra diseminado en tantos Otros, perdiendo (o ganando, según se crea) que la escritura en vez de ser un reconocimiento, sería más bien un profundizar en el desconocimiento de sí mismo.
Según Cuartas, la respuesta a la pregunta ¿Quién soy? Se da en Pessoa de dos maneras: Primero, dudando, actitud que exige un auto- distanciamiento expresado en los heterónimos y, segundo, Poniendo en cuestión el propio Yo, “mostrando esfuerzos por lograr en la escritura el conocimiento basado en una especie de “fe” en la verdad y el conocimiento; esto último siempre desde una posición ambivalente.
Es así como, concluye Téllez en su texto: “…desde la sexualidad, nuestra primera salida, hasta la escritura, nuestro primer poema, las formas de explorar la realidad, de hacer algo con ella, nos sitúan en las márgenes “peligrosas” de lo-fuera-de-nosotros, de lo que no nos pertenece del todo, y que por ello “hace misterio” (…) El ser humano nace así por un exilio. De ahí su descentramiento constitutivo, su siempre estar “fuera-de”, que sólo formas extremas del vivir y del saber asumen sin ambages y sin miedo”

Téllez, desde mi punto de vista, aunque sin mencionarlo, hace una buena radiografía de lo que significa la condición de exiliado, como una ontología fundamental de un Pessoa que sólo se siente cómodo en las sombras. No sólo es un desconocido de sí mismo, también es un descentrado, un ser errante hasta de su alma que intenta recuperar con los materiales siempre equívocos de la escritura.
De lo contrario no se entenderían en su justa dimensión, poemas tan bárbaros como la Oda triunfal que ya mencionamos, la Oda marítima (que es en todo una antítesis de la Oda triunfal, con su profunda nostalgia por todo y por todos, lejos del “entusiasmo” industrioso del mundo moderno):
“¡Ah, todo es una nostalgia de piedra! (…)
¡El misterio de todas las partidas y de todas las llegadas, 
La dolorosa inestabilidad e incomprensibilidad
De este imposible universo
Más sentido en la propia piel a cada hora marítima!
(…)
¡Ah, sea como sea, sea por donde sea, partir!
¡Largarse de ahí, por las olas, por el peligro, por el mar, 
Irse hacia la Lejanía, irse hacia Fuera, hacia la Distancia Abstracta
Indefinidamente, por las noches misteriosas y hondas, 
Llevado como el polvo, por los vientos, por los vendavales!
¡Irse, irse, irse, irse de una vez!
¡Toda mi sangre rabia por alas!
¡Todo mi cuerpo se arroja hacia adelante!
¡Me atropello, rujo, me precipito…!
¡Estallan en espuma mis ansias
Y mi carne es una ola que se estrella contra los acantilados!”


O el impresionante poema: “Tránsito de las Horas”. He aquí algunos fragmentos:
“…No sé si la vida es poco o demasiado para mí. 
No sé si siento de más o de menos, no sé
Si me falta escrúpulo espiritual, un punto de apoyo en la inteligencia,
Consanguinidad con el misterio de las cosas, conmoción
ante los contactos, sangre bajo los golpes, estremecimiento ante los ruidos.. 
Sea lo que sea, mejor fuera no haber nacido,
Porque, de tan interesante como es en todos los momentos,
La vida acaba por doler, por enfadar, por cortar, por rozar, por crujir, 
Por dar ganas de dar gritos, de dar saltos, de quedarse en el suelo,
De salirse de todas las casas, de todas las lógicas y de todos los miradores. (…)
No sé sentir, no sé ser humano, convivir
Desde dentro del alma triste con los hombres mis hermanos, 
En la tierra.
No sé ser útil ni siquiera sintiendo, ser práctico, ser cotidiano, nítido, 
Tener un sitio en la vida, tener un destino entre los hombres,
Tener una obra, una fuerza, una voluntad, una huerta, 
Una razón de descansar, una necesidad de distraerme, 
Algo venido de la naturaleza hacia mí”.


O el impresionante inicio del poema: “Lisbon Revisited”:
“No: no quiero nada.
Ya he dicho que no quiero nada.
¡No me vengáis con conclusiones! 
La única conclusión es morir.
¡No me vengáis con estéticas!
¡No me habléis de moral!
¡Llevaos de aquí la metafísica!
¡No me pregonéis sistemas completos no me pongáis en fila conquistas 
De las ciencias (¡de las ciencias, Dios mío, de las ciencias!),
de las ciencias, de las artes, de la civilización moderna…”





Y ni hablar de su gran poema: “Tabaquería”, el “más grande poema del mundo” al decir de algunos estudiosos de Pessoa.

Se nota con esto, que la escritura si fue un extrañamiento constante, un exilio recurrente en Pessoa, hacia sí mismo y cuando creyó encontrarse se convenció que tal verdad siempre podía ponerse en duda. Porque puede que la realidad sea ontológicamente una e ineludible. Pero desde el punto de vista de la condición exílica, es una problematización, donde cualquier certeza es siempre un punto de partida, o de llegada, o un punto negro de un abismo que se amplía.
Aún así, Fernando Pessoa, parece al final, resignarse a que las cosas son así y como lo dejara establecido Nietzsche, no hay otra salida que el amor fati, el amor al destino, a lo ineludible, es decir, a la vida tal y como es, a su tragedia, porque todas las posibilidades son válidas y tenemos que sacrificarlas todas por hacernos a una identidad, por más precaria y múltiple que esta sea.

Quiero terminar con las palabras de un joven Pessoa, que se retrataba así mismo y a todos, de una manera implacable y que hace parte de la primera página de sus “Diarios”:

“Y entonces qué es el hombre, por sí mismo, sino un insecto fútil que zumba mientras se estrella contra el cristal de una ventana? Y es que está ciego, no puede ver, ni puede darse cuenta de que hay algo entre él y la luz. Por eso se esfuerza trabajosamente en acercarse. Puede apartarse de la luz, pero no es capaz de llegar a estar más cerca. ¿Cómo le ayudará la ciencia? Puede llegar a conocer la consistencia y las irregularidades del cristal, comprobar que en una parte es más grueso, y en otra más fino, en una más basto y en otra más delicado: con todo esto, amable filósofo, ¿cuánto se ha acercado a la luz? ¿cuánto han aumentado sus posibilidades de ver?.
Puedo llegar a creer que el hombre de genio, el poeta, llega a romper, de algún modo, el cristal, hacia la luz, y siente la alegría y tibieza que produce estar más allá de los demás hombres, pero, ¿no está, también él, ciego? ¿Acaso se ha acercado algo al conocimiento de la verdad eterna?”


Miércoles, 6 de septiembre de 2017.



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