JULIO CORTÁZAR
Tiene otro sabor la poesía
cuando quien la dice es su propio autor. La erre rodada de Julio Cortázar tiene
algo de embrujo, como embrujados son sus inagotables empeños creativos. En su
peculiar tono, dos ejemplos:
De un ciclo de
poemas escrito en Cuba, intitulado Naufragios
en la isla, elijo el llamado ‘DADORA DE LAS PLAYAS’.
De
tus muchísimos amantes guardas destrezas, inesperados sesgos,
caprichos
repentinos y falsas negativas que una sonrisa desmantela,
quizà
la intermitencia de unos ojos hincados en el goce
y
bruscamente, sin aviso, esa obstinada negativa a abrir los párpados,
no
sé, cosas esquivas, cambios que remontan a gustos superpuestos,
a
músicas distintas, a tantos bares donde diferentes manos te leyeron
y
donde diferentes nombres entraron en tu alerta indiferencia
de
pasajera, de indescifrable francotiradora.
A mi vez dejaré en tu piel la huella de estas ceremonias,
de
hábitos definidos, de maneras y de ángulos,
oh
arena donde tantos arquitectos levantaron sus torres y sus puentes
para
que el viento los llevara mientras tú te volvías al malecón o al bar
virgen
a tu manera, la manera mejor y más hermosa de ser virgen,
dadora
de las playas para los nuevos juegos.
Este poema se
llama LOS AMANTES:
¿Quién
los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos ?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.
Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.
Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.
si todos están ciegos ?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.
Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.
Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.
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