jueves, 28 de mayo de 2015

PASAJERO - 2


JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ




Los cantores populares tienen un lugar definido en los estantes de la memoria colectiva. Nuestro director rescata de sus recuerdos musicales una nota especial que lleva por título:




ESTAMPAS MAGALDIANAS

Contaba mi madre que mientras mi abuela ‘estregaba y juagaba’ las montañas de ropa (que eran su oficio), cantaba de memoria una canción popular de moda en la radio de la época y cuyo intérprete era Agustín Magaldi. El tema, que hablaba de un oficio en extinción, se titulaba Afilador, y fue también un clásico de mis tiempos tangueros. Años más tarde, cuando mi abuela lidiaba con los fardos oprobiosos de una larga enfermedad, conseguí la canción e hice que la escuchara. Pero mi abuela no solo había olvidado el tema, sino casi toda su vida de entonces. Y la rueda implacable del tiempo siguió su curso como en estas letras…

“Afilador,
Para tu cariño hallar,
Dale que dale a la piedra,
Que con tantas chispas
Ya la encontrarás.
Afilador,
No abandones tu pedal,
Que girando en tantas vueltas
Desde alguna puerta
Ya te llamarán...”

La evocación perdida de mi abuela encontró en otro recuerdo de infancia su vindicación temporal. Los domingos por la mañana tuvieron un olor y un sonido difíciles de olvidar; olían a arepa y carne asada, y sonaban a Magaldi. Y, claro, en la voz de mi madre esas canciones tenían un poderoso eco de reivindicación social y familiar que no era del gusto de los hombres tangueros y bebedores de mi familia…

“Malvado es el hombre que infiere la ofensa;
infame es el hombre que bebe y se va,
y deja en la fuente la flor y no piensa,
no piensa siquiera que un ser nacerá”.

No era de extrañar, pues, que las militancias posteriores, los años inmensos de la lucha intelectual, estuvieran salpicados de acentos magaldianos. Antes de la erupción del Ruiz, por ejemplo, en compañía de León, viejo cofrade, mientras veíamos caer una lluvia de ceniza volcánica sobre Anserma, sellamos una perdurable amistad cantando. Hoy puedo decir, en honor a ese encuentro y al escándalo cantable de aquella noche, que solamente con repasar aquella melodía la amistad no solo se renueva sino que reencuentra su pleno sentido de solidaridad.

“Hace frío, ¿verdad, m'hijo?, ya se está poniendo oscuro,
tápese con este poncho y pa' siempre yebelo;
es el mesmo poncho pampa, que en su cuna cuando chico
muchas veces, hijo mío... muchas veces lo tapó.
Yo, viá dir al campo santo, y a la par de su agüelita,
con su daga y con mis uñas una fosa voy a abrir,
y, a su pobre madrecita…Y a su pobre madrecita,
le diré que usted se ha ido... que muy pronto va a venir”.


Al final de estas estampas magaldianas me resta tomar partido por el tono retro, kitsch y melancólico del cantor. Es posible que una voz tan dotada no hubiera alcanzado las aureolas del mito, si no fuera por su arbitraria elección de melodramas camperos y urbanos. Pero como alegaron en su momento Boulez, Pater y su epígono Borges, es imposible, en la música, separar el fondo de la forma. El fondo de Magaldi que me toca y complace, suena más o menos así…

“¿Quién eres tú?
¿Qué misterio hay en tu fascinación?
¿Quién eres tú?
¿Por qué a tu lado tiemblo de emoción?
¿Quién eres tú?
¿Una estrella que me ciega de esplendor?
¿Quién eres tú?
¡Para que yo muera por tu amor!”.



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