JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ
Los cantores populares tienen
un lugar definido en los estantes de la memoria colectiva. Nuestro director
rescata de sus recuerdos musicales una nota especial que lleva por título:
ESTAMPAS MAGALDIANAS
Contaba mi madre que mientras mi abuela ‘estregaba y juagaba’ las
montañas de ropa (que eran su oficio), cantaba de memoria una canción popular
de moda en la radio de la época y cuyo intérprete era Agustín Magaldi. El tema,
que hablaba de un oficio en extinción, se titulaba Afilador, y fue también un clásico de mis tiempos tangueros. Años
más tarde, cuando mi abuela lidiaba con los fardos oprobiosos de una larga
enfermedad, conseguí la canción e hice que la escuchara. Pero mi abuela no solo
había olvidado el tema, sino casi toda su vida de entonces. Y la rueda
implacable del tiempo siguió su curso como en estas letras…
“Afilador,
Para tu cariño hallar,
Dale que dale a la piedra,
Que con tantas chispas
Ya la encontrarás.
Afilador,
No abandones tu pedal,
Que girando en tantas vueltas
Desde alguna puerta
Ya te llamarán...”
Para tu cariño hallar,
Dale que dale a la piedra,
Que con tantas chispas
Ya la encontrarás.
Afilador,
No abandones tu pedal,
Que girando en tantas vueltas
Desde alguna puerta
Ya te llamarán...”
La evocación perdida de mi abuela encontró en otro recuerdo de
infancia su vindicación temporal. Los domingos por la mañana tuvieron un olor y
un sonido difíciles de olvidar; olían a arepa y carne asada, y sonaban a
Magaldi. Y, claro, en la voz de mi madre esas canciones tenían un poderoso eco
de reivindicación social y familiar que no era del gusto de los hombres tangueros
y bebedores de mi familia…
“Malvado es el hombre que infiere la
ofensa;
infame es el hombre que bebe y se va,
y deja en la fuente la flor y no piensa,
no piensa siquiera que un ser nacerá”.
infame es el hombre que bebe y se va,
y deja en la fuente la flor y no piensa,
no piensa siquiera que un ser nacerá”.
No era de extrañar, pues, que las militancias posteriores, los
años inmensos de la lucha intelectual, estuvieran salpicados de acentos
magaldianos. Antes de la erupción del Ruiz, por ejemplo, en compañía de León,
viejo cofrade, mientras veíamos caer una lluvia de ceniza volcánica sobre
Anserma, sellamos una perdurable amistad cantando. Hoy puedo decir, en honor a
ese encuentro y al escándalo cantable de aquella noche, que solamente con
repasar aquella melodía la amistad no solo se renueva sino que reencuentra su
pleno sentido de solidaridad.
“Hace frío, ¿verdad, m'hijo?, ya se está
poniendo oscuro,
tápese con este poncho y pa' siempre yebelo;
es el mesmo poncho pampa, que en su cuna cuando chico
muchas veces, hijo mío... muchas veces lo tapó.
Yo, viá dir al campo santo, y a la par de su agüelita,
con su daga y con mis uñas una fosa voy a abrir,
y, a su pobre madrecita…Y a su pobre madrecita,
le diré que usted se ha ido... que muy pronto va a venir”.
tápese con este poncho y pa' siempre yebelo;
es el mesmo poncho pampa, que en su cuna cuando chico
muchas veces, hijo mío... muchas veces lo tapó.
Yo, viá dir al campo santo, y a la par de su agüelita,
con su daga y con mis uñas una fosa voy a abrir,
y, a su pobre madrecita…Y a su pobre madrecita,
le diré que usted se ha ido... que muy pronto va a venir”.
Al final de estas estampas magaldianas me resta tomar partido por
el tono retro, kitsch y melancólico del cantor. Es posible que una voz tan
dotada no hubiera alcanzado las aureolas del mito, si no fuera por su
arbitraria elección de melodramas camperos y urbanos. Pero como alegaron en su
momento Boulez, Pater y su epígono Borges, es imposible, en la música, separar
el fondo de la forma. El fondo de Magaldi que me toca y complace, suena más o
menos así…
“¿Quién
eres tú?
¿Qué
misterio hay en tu fascinación?
¿Quién
eres tú?
¿Por
qué a tu lado tiemblo de emoción?
¿Quién
eres tú?
¿Una
estrella que me ciega de esplendor?
¿Quién
eres tú?
¡Para
que yo muera por tu amor!”.
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