HERNANDO TÉLLEZ
A falta de colores, pinceles y paleta, el escritor
bogotano HERNANDO TÉLLEZ tiene la pluma para dibujarnos con palabras a MONGUÍ, un pueblecito de Boyacá tan
singular y hermoso como su nombre.
MONGUÍ
Monguí es poca cosa. Una plaza de yerbas
ralas, una sobria fuente de piedra, un monasterio con el clásico patio y las
arcadas y los helados y espléndidos corredores y las gélidas celdas encaladas y
un árbol que a estas horas ya está decrépito y como disecado por el tiempo. Una
iglesia en cuya fachada se conjuntan la gracia de la austeridad y las desiertas,
tímidas, violaciones barrocas a ese canon geométrico. Además, un centenar de
casas entre las cuales ya aparecen las primeras manchas de la letra vulgar y
menesterosa de la construcción moderna, rompiendo la donosa línea de los tejados
de barro cocido. Y algo más cruel: en la espadaña, bajo las campanas,
disimulado como un remordimiento, el amplificador automático de sonido.
Muy poca cosa Monguí, ahora mismo, en la
segunda mitad del siglo XX. Y, no obstante, se comprende que en el XVII, ese minúsculo
pueblecillo de greda y de roca debió tener una cierta dignidad en medio de la
comarca. La extravagancia del propósito que ordenaba levantar allí, en ese pico
de soledad, una bella fábrica de piedra para albergar a Dios a través de la leyenda
de un milagro, seguramente no aparecía como tal para ese tipo de español cuya
lógica consistía en aceptar razonablemente el milagro.
Monguí brota de la entraña misma de la
leyenda, es decir, que el milagro anticipa el templo, el monasterio, la plaza,
el pueblo.
Como el milagro estaba en Monguí, había que
llegar hasta allá para fundar en torno a él, en medio de él o sobre él, un
testimonio de la fe carbonera, un testimonio de piedra. Después o
inmediatamente vendrían las oscuras peonadas, los siervos de color de tierra a
participar del reparto de la superstición. Y así irían haciendo, arrimada al
milagro, aledaña a la leyenda, vigilada por el ojo de la torre, convocada por
la voz de la campana la población entera.
Una última mirada a Monguí antes de bajar al
valle. Sí: España en la piedra filial,
en la curva de los tejados, en el dibujo y el emblema de los escudos que
coronan el portalón de la iglesia. España de Castilla en esta inmemorial
soledad y esta pobreza, en este harapiento sayal de los roquedales y de los
rijones. Dejemos a Monguí, para no volver jamás, entre los despojos de su siglo,
entre sus hoscas nubes de plomo y su insidiosa melancolía licuándose
literalmente bajo la lluvia.
ESCUCHE A HERNANDO:
ESCUCHE A HERNANDO: