JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ
En sus memorias hechas de
mundos, afectos y sentimientos, nuestro director JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ
reincide con una semblanza:
JUVENAL: VOZ Y DERROCHE
Con este ritmo carnavalero
y a bordo de un humilde, pero agradecido, Renault blanco, llegamos una tarde,
hace muchos años, a la otraparte gonzalina (Envigado), en busca de otro maestro
de la vida: Juvenal Herrera. Íbamos tras el rastro de la música latinoamericana
y la encontramos cubriendo por completo las paredes de su casa. Allí nos
encerramos tres días con sus noches bajo la guía del ‘viejo Juve’ a repasar los
sones de estas patrias desgarradas y a desgarrarnos con la historia trunca de
nuestro pasado común.
Autodidacta de formación y
de criterio, Juvenal podía ser profeta, teólogo y heresiarca al mismo tiempo.
Talentos místicos que lo ponían, sin embargo, más cerca del visionario que del
fanático. Combatiente de todas las causas justas podía encarar, con autoridad y
profundidad, todas las investigaciones sociales, pero al mismo tiempo, como lo
hizo con la vida y obra de Bolívar (su pasión más personal), podía también
hacer, de los consabidos sucesos históricos, una proclama vital en favor de los
desposeídos y humillados.
De todas las discusiones
que tuvimos con Juvenal en aquella visita, hubo una en especial que enardeció
los ánimos: la ideología de la música popular. Todo el panteón de cantautores,
ritmos y canciones populares fue puesto en duda en aquella ocasión. Pero la
polémica solo pudo clausurarse fraternalmente en Manizales, en un bar de la
vieja guardia llamado “El paragüero”. Entre camajanes, rusos, parias y
borrachos, Juvenal reconoció que la música disolvía, no solo las sutilizas
entre la teoría y la praxis sino que, en forma particular, dejaba sin piso las
arrogancias del poder.
Unos años después supimos
que Juvenal se retiró hacia donde la música y la poesía lo empujaban; y el sueño de una taberna propia fue también
el albergue de filósofos, artistas y cofrades de la palabra hablada y escrita.
En la taberna, nos cuenta algún amigo, oficiaba de rector, maestro de
ceremonias, anfitrión de fiesta, barman, cantinero y amigo. Imagino que en ese
paraíso de las tertulias, su vozarrón potente era un derroche incontenible de
la solidaridad y una comprobación de lo sonora que era su vida. No me
sorprendió, pues, que fuese la garganta lo primero que la muerte le mordió
antes de engullirlo, por completo, en el pozo sin fondo del silencio.
ESCUCHE A JAIRO HERNÁN:
ESCUCHE A JAIRO HERNÁN: