martes, 1 de julio de 2014

PASAJERO - 2


JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ






En sus memorias hechas de mundos, afectos y sentimientos, nuestro director JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ reincide con una semblanza:  


JUVENAL: VOZ Y DERROCHE

Con este ritmo carnavalero y a bordo de un humilde, pero agradecido, Renault blanco, llegamos una tarde, hace muchos años, a la otraparte gonzalina (Envigado), en busca de otro maestro de la vida: Juvenal Herrera. Íbamos tras el rastro de la música latinoamericana y la encontramos cubriendo por completo las paredes de su casa. Allí nos encerramos tres días con sus noches bajo la guía del ‘viejo Juve’ a repasar los sones de estas patrias desgarradas y a desgarrarnos con la historia trunca de nuestro pasado común.

Autodidacta de formación y de criterio, Juvenal podía ser profeta, teólogo y heresiarca al mismo tiempo. Talentos místicos que lo ponían, sin embargo, más cerca del visionario que del fanático. Combatiente de todas las causas justas podía encarar, con autoridad y profundidad, todas las investigaciones sociales, pero al mismo tiempo, como lo hizo con la vida y obra de Bolívar (su pasión más personal), podía también hacer, de los consabidos sucesos históricos, una proclama vital en favor de los desposeídos y humillados.

De todas las discusiones que tuvimos con Juvenal en aquella visita, hubo una en especial que enardeció los ánimos: la ideología de la música popular. Todo el panteón de cantautores, ritmos y canciones populares fue puesto en duda en aquella ocasión. Pero la polémica solo pudo clausurarse fraternalmente en Manizales, en un bar de la vieja guardia llamado “El paragüero”. Entre camajanes, rusos, parias y borrachos, Juvenal reconoció que la música disolvía, no solo las sutilizas entre la teoría y la praxis sino que, en forma particular, dejaba sin piso las arrogancias del poder.

Unos años después supimos que Juvenal se retiró hacia donde la música y la poesía lo empujaban;  y el sueño de una taberna propia fue también el albergue de filósofos, artistas y cofrades de la palabra hablada y escrita. En la taberna, nos cuenta algún amigo, oficiaba de rector, maestro de ceremonias, anfitrión de fiesta, barman, cantinero y amigo. Imagino que en ese paraíso de las tertulias, su vozarrón potente era un derroche incontenible de la solidaridad y una comprobación de lo sonora que era su vida. No me sorprendió, pues, que fuese la garganta lo primero que la muerte le mordió antes de engullirlo, por completo, en el pozo sin fondo del silencio. 

ESCUCHE A JAIRO HERNÁN: